Este era el ingenioso titular del artículo de la revista Time sobre el anuncio de rescate financiero a España del pasado fin de semana, ‘You say Tomato, I say bailout’. Lo que podría haber sido una muestra más de los intentos desesperados de los periodistas para atraer la atención de un público cada vez más disperso a través de cabeceras llamativas, era en realidad la versión infantilizada del sentimiento de estupefacción que recorrió a todos los que pudieron ver las ruedas de prensa de Luis de Guindos el sábado y de Mariano Rajoy el domingo.

España estaba entonces siendo rescatada por la denominada troika (FMI, BCE y Comisión Europea) con una inyección de 100.000 millones de euros cargados a la deuda pública del país y destinados a sanear las entidades bancarias con problemas liquidez. Se trataba del cuarto rescate financiero de un país europeo tras Grecia, Irlanda y Portugal. Una mala noticia, sin duda, para la cuarta potencia económica de la región. Sin embargo nada que una buena dosis de cínico optimismo y algunas lecciones de Orwell pudiesen arreglar.

La neolengua, más que una brillante creación literaria del lúgubre mundo de 1984, ha demostrado ser una profecía de Orwell que se cumple día a día en los pasillos de un Ministerio de la Verdad globalizado. Incluso me atrevería a aventurar que nuestros políticos en realidad no son registradores de la propiedad, abogados, economistas o sinvergüenzas de diversa índole, tal y como aparece en sus currículum a modo de coartada. Si no más bien expertos filólogos de este modo sutil de llamar a las cosas de una forma totalmente opuesta a la que son.

De hecho, ni siquiera creo que en los consejos de ministros o teleconferencias internacionales se deliberen las medidas que están a punto de aplicar contra el ‘enemigo’, (aunque lo políticamente correcto sea decir ‘ciudadano’). Por el contrario, estas se dedican a sesiones colectivas de brainstorming para acuñar nuevos términos o utilizar los ya inventados en acepciones insólitas y/o opuestas

Es decir, cuando De Guindos reseñaba que los 100.000 millones eran una línea de crédito, en realidad se refería a que era crédito que se dirigía ‘linealmente’ de los bolsillos de los contribuyentes a las lustrosas arcas de los bancos (las pensiones e incentivos para sus administradores tienen que salir de algún sitio), o cuando Rajoy aseguraba que no tendría condicionamientos macroeconómicos, implícitamente estaba diciendo que el país ya había vivido suficiente por encima de sus ‘macroposibilidades’ y que ya era hora de ajustarnos a las condiciones de nuestros ‘microsueldos’ (quien los tenga).

Desentrañar tanta sutileza lingüística no es fácil, pero los ciudadanos ya estamos tan acostumbrados a estos ejercicios inmorales de engaños y falsedades que vamos poco a poco adquiriendo competencias en el nuevo idioma. Es más, desde aquí propongo que se suspendan las clases de inglés a todos los niveles educativos, de francés (allí donde se den), de alemán (para los entusiastas europeístas), incluso de chino (realmente lo siento por los que lo estabais consiguiendo), pues todas ellas han quedado desfasadas. Ha llegado el momento de la neolengua, mucho más rica, compleja y excitante que la de Orwell.

Pronto se abrirá la convocatoria de becas. Yo las haré en el Vaticano.

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