chucho-valdes

El pianista afrocubano, Chucho Valdés, puso en pie al Maestranza en un espectáculo único.

Solo cuando las historias son excelentes puedes empezarlas por el final. Y el final del espectáculo que dieron este viernes Chucho y los Afro-Cubans Messengers en el Teatro de la Maestranza terminó con tres bises, un baile funky en las escaleras y el público entero coreando una canción con sabores de ébano. Gastón, Rodney, Yaroldy, Dreiser, Reinaldo y Maira Caridad fueron la envoltura del piano del maestro, impresionando a legos e iniciados.

Solo cuando las historias son excelentes puedes empezarlas por el final. Y el final del espectáculo que dieron ayer Chucho y los Afro-Cubans Messengers en el Teatro de la Maestranza terminó con tres bises, un baile funky en las escaleras y el público entero coreando una canción con sabores de ébano. Gastón, Rodney, Yaroldy, Dreiser, Reinaldo y Maira Caridad fueron la envoltura del piano del maestro, impresionando a legos e iniciados.

El disco que daba excusa al concierto fue editado por su firma Comanche en 2012 y se llama “Border Free”. Está integrado por canciones inéditas, además de una versión de una canción cubana cantada por Ernestina Lecuona. Durante las dos horas de música estas composiciones se entremezclaron con clásicos como “Take Five”, con blues, con funky y con rumba, ya que como el mismo Chucho dijo: “somos cubanos”.

El ganador de cinco Grammy Awards y tres Grammys Latinos, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Victoria (Canadá), condecorado con la “Orden Féliz Varela” y decenas de méritos más, mundialmente aclamado como el Decano del Jazz Latino, se presentó ante la audiencia de espaldas en su piano, y arropado por un contrabajo, una batería, trompetas, percusión y dos bellas voces. Varias piezas de su disco, alargadas y transformadas gracias a la enorme capacidad de improvisación de la que hizo gala cada uno de los músicos, retorciendo y vibrando la música, a través del arco del contrabajo primero, luego la batería, más tarde el tambor batá, abrieron la noche.

Hubo una pausa, una pausa solemne, cuando él habló por primera vez y se refirió a su padre, Bebo Valdés, como el culpable de aquello, de su ser como músico, y su inspiración. En ese momento y bajo un aplauso cerrado y sentido, comenzó un homenaje musical acompañado de la voz africana de Dreiser Durruthy Bombalé, que rasgó con calidez y pericia la sala, para sorpresa de todos.

Pero fue Mayra Caridad Valdés la que marcó el ecuador. Con su gravedad, erizó pieles al son de “Si yo encontrara un alma como la mía”, y “Bésame mucho”, arrastró a los centenares que, allí sentados, hicimos coro con ella. Una voz casi sacada del góspel para encontrarse con el bolero con la sensibilidad de otros trópicos.

Y continúo el éxtasis. Tras la primera despedida, y ante las palmas infinitas, volvieron, y tocaron blues. Volvieron a volver, y tocaron rumba. Para volver a volver, y acabar con funky, con el público de pie bailando, y sintiendo la música como una energía que subía y bajaba en la sala sin cesar. Y dijeron adiós, ya de verdad, con más alegría de esa que nos habían regalado durante un par de horas del quince de noviembre.

Como dijo el crítico Pedro de la Hoz “Chucho Valdés no tiene límites, cuando alguien cree que lo ha dado todo, el hombre se aparece con más y más invenciones”, y eso hizo ayer, seguir inventando a la música y a los músicos de jazz, del jazz del trópico.

Como todos los que estuvimos allí ayer, supongo que esto debe terminar con un profundo agradecimiento a la música y, sobre todo, a Dionisio Jesús Valdés. Si pueden, no se lo pierdan.

www.SevillaActualidad.com