Hace diez años que comenzó una particular odisea que ahora felizmente termina para mi. Nunca pretendí erigirme en adalid ni heroína de nada, pero lo que siempre tuve muy claro es que las hermandades y su manifestación en la calle –que son las cofradías– han sido, son y serán parte indisoluble de mi vida.

Desde muy joven ví a mi hermano pequeño vestir la túnica de San Esteban año tras año, y mi pregunta fue siempre ¿por qué yo no puedo, mamá? La respuesta año tras año fue la misma –porque nosotras no podemos salir–. Nunca pregunté el motivo de tal imposibilidad y así fue hasta que un día alguien me dijo: –Porque las mujeres, en Sevilla, nunca han salido de nazareno. Y así lo creí firmemente, sin cuestionar nada.

Sin embargo, mi inquietud seguía latente hasta que un día en la Hermandad de San Esteban se aprobaron nuevas reglas, en las que no hizo falta votar nada, las nuevas Reglas se limitaban a suprimir la palabra “varón” en todas las prescripciones que contenían. A partir de ese momento, todos los derechos y obligaciones corresponderían a todos los hermanos, independientemente de su sexo.

Así comencé a vestir la túnica de San Esteban la primera vez que me lo permitieron, el Martes Santo de 1987. Si no recuerdo mal, ese año estrenaron hermanas nazarenas junto a San Esteban, las hermandades de la Hiniesta, Santa Marta, Vera Cruz y la Candelaria (ya la de los Javieres, había permitido “ad experimentum” la salida de hermanas el año anterior.

En años sucesivos, algunas hermandades tímidamente se fueron incorporando poco a poco a esta lista pionera, sin embargo, hasta no fue sino hasta la aprobación de las Normas diocesanas de 1997, cuando el grueso de hermandades, empleando diferentes vías, permitieron a sus hermanas formar parte de sus cortejos procesionales.

Además de a San Esteban, yo pertenecía a otra hermandad: la Archicofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, conocida popularmente como ‘El Silencio’.

A principios del año 2001, unas declaraciones del entonces arzobispo don Carlos Amigo Vallejo en las que animaba a las hermanas de aquellas hermandades que aún no permitían su salida en Estación de Penitencia, a que solicitaran su papeleta de sitio, y en caso de que se la denegaran, podían recurrir ante el arzobispado.

Animada por esta invitación, acudí a la Casa de Hermandad a pedir mi papeleta de sitio, no solo me la denegaron, sino que tampoco me proporcionaron un documento que solicité para que me sirviera de justificante de haber realizado dicho trámite antes de interponer el correspondiente recurso en el Palacio Arzobispal.

Sin base documental alguna interpuse el primer recurso, pero tampoco conseguí respuesta, solo al cabo de muchos meses se me dijo que ante la actitud de la Hermandad, solo me cabía recurrir al tribunal de la Rota, en Roma.

Pasaron los años y yo seguí con mi insistencia en obtener una papeleta de sitio sin resultado alguno. Hablé con los Hermanos Mayores a fin de recabar información sobre una eventual modificación de Reglas, pero las respuestas siempre fueron negativas: la Hermandad no tenía intención de modificarlas ni de convocar Cabildo alguno para tratar esta cuestión.

Por fin, el 3 de febrero del pasado año, presenté el segundo recurso dirigido, esta vez, al Delegado diocesano de asuntos jurídicos para las hermandades, el cual me instó a realizar una reclamación previa a la Hermandad. Le respondí que ya había hecho esa reclamación, pero que no poseía constancia documental alguna porque no me quisieron sellar la copia del documento que entregué al Hermano Mayor.

Nuevamente, en los días de reparto intenté solicitar una vez más una papeleta de sitio, pero esta vez no se me permitió subir hasta la mesa de reparto, el Hermano Mayor me esperaba en la puerta de la Casa de Hermandad y me invitó a acompañarlo a su despacho, sin permitirme llevar a cabo mi solicitud.

Finalmente el señor Arzobispo ha resuelto, a favor de la igualdad, este segundo recurso con la promulgación de un decreto que vio la luz el día de la Candelaria, el pasado 2 de febrero y lo ha resuelto no solo para mi, sino para el resto de mujeres que son y serán hermanas del Silencio, de la Quinta Angustia y del Santo Entierro y que han anhelado desde siempre poder rendir culto público a sus Titulares, acompañándolos en la anual Estación de Penitencia a la Catedral.

Ana María Ruiz

Cofrade

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla, empezó en la comunicación local y actualmente trabaja para laSexta. Máster en Gestión Estratégica e Innovación en Comunicación, es miembro...