Con sus 477 m de longitud y cruzada por las vías, calle Max Planck, calle Leonardo Da Vinci, calle Américo Vespucio y calle Torricelli -con semejantes nombres pocas dudas hay de que vendrán a esta tribuna divulgadora, más bien pronto que tarde-, nuestro reconocimiento de hoy se encuentra al NO de la ciudad, en unos terrenos conocidos como La Cartuja o la Isla de la Cartuja (41092). Una zona que recibió dicho nombre por encontrarse ubicado en su parte meridional el Monasterio de la Cartuja de Sevilla, antiguo monasterio cartujo de Santa María de las Cuevas, un lugar por otra parte que acogió a la Exposición Universal de Sevilla 1992, también conocida de forma popular como Expo ’92 o simplemente la Expo. Dicho lo cual empezamos con el hombre en cuyo honor como científico está rotulada, Gregor Johann Mendel (1822-1884) nacido en la actual República Checa, entonces Austria, y del que hace unos meses tan solo se cumplió el centésimo cuadragésimo (140.º) aniversario de su fallecimiento, sirva pues de póstumo reconocimiento a quien está considerado como “el padre de la genética”.

De Johann a Gregor

Nacido en el seno de una humilde familia campesina, tras una infancia marcada por la pobreza y las penalidades, en 1843 el joven Johann ingresó en el monasterio agustino de Königskloster, cercano a su lugar de nacimiento, un buen centro de estudios y trabajos científicos de la época. Durante los años siguientes estudió teología, que combinó con lecturas autodidactas en ciencias naturales, y tomó el nombre de Gregor al ser ordenado sacerdote en 1847. Con posterioridad, y financiado por el propio monasterio, ingresó en la universidad de Viena en 1851 para estudiar matemáticas y ciencias generales (física, química, zoología, paleontología, botánica sistemática y fisiología vegetal, que incluía ya las nuevas teorías celulares). Y en 1854 regresaba al monasterio como profesor suplente de la Real Escuela de Brünn, es cuando inicia sus experimentos sobre el cruzamiento y la herencia, primero en ratones, después en abejas y, finalmente, en 1856,en las plantas; en concreto de guisante que él mismo cultivaba en el jardín del monasterio y que serían el núcleo de sus trabajos acerca de la transmisión de rasgos hereditarios en los híbridos.

Una investigación botánica desconocida (1856-1863)

Ni que decirle tengo que el cruce, tanto de plantas como de animales de distintas variedades con objeto de mejorar sus características, ha sido una práctica milenaria del hombre si bien, hasta nuestro hombre, sus resultados eran inevitablemente aleatorios debido al desconocimiento de las leyes científicas que la rigen. No fue hasta Mendel quien, con sus experimentos diseñados con un orden y un propósito, buscó las leyes básicas a las que obedecen tales cruces de una manera científica, que empezamos a tener un conocimiento cierto del mismo. Una investigación a lo largo de siete años en la que empleó alrededor de 30 000 plantas de guisante, especie que eligió por doble motivo principalmente. De un lado sus flores tienen el aparato reproductor masculino y femenino (son hermafroditas), lo que permite la autofecundación. Y del otro, por la variedad de siete de sus caracteres: semillas con forma gris y lisa, o blanca y rugosa; cotiledones amarillos o verdes; flores blancas o violetas; vainas con forma llena o rugosa; color amarillo o verde; y tallo con flores axiales y en el extremo; y de tamaño alto o bajo.

‘Versuche über Pflanzenhybriden’

Un trabajo totalmente desconocido por el mundillo científico de la época, al ser llevado a cabo en un relativo anonimato por Mendel, pero que vio la luz en 1865 cuando pronunció dos conferencias sobre la hibridación de plantas en la Sociedad de Historia Natural de Brno. La misma que publicaría los resultados de sus estudios en su revista del año siguiente con el título: ‘Experimentos sobre híbridos de plantas’, 1856. Con ellos mostraba que, efectivamente, se podía modelar la herencia de ciertas características, tales como la piel arrugada o lisa, por simples principios matemáticos; toda una revolución genetista cuya vital importancia, prácticamente, pasó inadvertida. Por las referencias que se tienen de la época parece ser que no fue bien entendida por sus contemporáneos pues la mayoría de científicos pensó que con dicho trabajo el monje no había demostrado nada que no se supiera ya, los híbridos vuelven finalmente a su estado original.

Naturalmente, también envió sus conclusiones a científicos de la época de diversos países de los que no obtuvo respuesta alguna, quizás sus investigaciones eran demasiado avanzadas para su tiempo, no sería la primera vez que esto pasa, ni la última por supuesto. El caso es que se desencantó, lo que unido a los hechos de ser nombrado abad del monasterio en 1868 y sufrir una importante pérdida de visión, juntos propiciaron que fuera abandonando su actividad botánica para dedicarse en exclusiva a las tareas administrativas propias de su nueva función en el monasterio. (Continuará)

Catedrático de Física y Química jubilado. Autor del blog 'Enroque de Ciencia' (carlosroquesanchez@gmail.com)

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