A la libertad –tengo el pleno convencimiento- se llega de dos formas: una, por empecinamiento, el otro camino es más triste y el que no se cuenta porque no es épico: haciéndose uno el loco como si no supiera que está haciendo algo revolucionario. En una misma tarde-noche uno puede acabar sintiéndose como Norman Mailer en el New York de los 70; no tener tiempo para dividirse entre dos eventos.

En el primero cuatro policías cuentan su bregar con la vida y con los malos, cuatro mujeres centauros del desierto, cuatro y un destino. Si se pregunta a una de ellas si tiene miedo ella responde, «¿miedo? A mí los lobos y lidio con la manada«. Y así es como se llega a todo lo que merece la pena: lidiando con lobos sin saber si al cruzar la puerta seguiremos vivos.

Como a la libertad se llega también haciéndose uno el loco como si no supiera que está haciendo algo revolucionario, decide uno hacer algo revolucionario: colarse en el cóctel de los premios de la Asociación de la Prensa. Merecía la pena, si, mucho. No todos los días uno puede permitirse que Adrián Yánez le observe refundar el libro prohibido de las texturas.

Así, el acto revolucionario de la semana consistió en mezclar tortilla, chocolate y tortilla. Hace poco leía que con los años se acaba optando por reducir un 10% la velocidad a la que se conduce y aumentar un 10% la velocidad a la que se bebe. Es una suerte de inconsciente prudencia.

Yo opto por meter un viernes a un poeta en casa que se ponga un Rives y se atreva a hacer algo que cada vez es más raro: oler las páginas de los libros nuevos. Libros que ya no se compran en librerías, sino por internet, y que los trae un amable señor al que uno llama Gabriel. Esto del comercio e-commerce, Amazon y demás es algo revolucionario, tiene su punto de nostalgia presente: unos esperamos a que lleguen libros y gafas de sol y otros –los nuevos profetas del anticapitalismo- esperan sentados, como buenos burgueses que son, a que llegue su mercancía, creyendo que, como no ven al vendedor mientras compran, están acabando con esto del capitalismo. Ah, tranquilos, la incoherencia en el vivir es de personas brillantes; la inventó Orwell.

No obstante, por la noche se puede seguir hiperbolando contra todo un sistema de Derechos y Libertades y contra el género humano, obviando que el ser humano es lo mejor que Dios inventó porque es alguien capaz de sacar vino y sidra de la tierra.

De niños tenemos ese miedo innato a dormir. Porque dormir es algo ingenioso, trascendental y aburrido, no tiene ese punto de atractivo que tiene el peligro. Por eso Gómez de la Serna definiría dormir como morir sin narices. Gómez de la Serna resolvió con un humor el concepto de vida: sacar valor y montarse a la grupa del destino.

Con toda probabilidad se ignora el hecho de que –sin ropa- mujeres y hombres tienen una altura eterna, sabiendo solo el cielo y el tiempo del fin de unos y otros. Harvey Weinstein y Terry Richardson son esos dos invitados a la mesa, esos dos drinking mates que a cualquiera caen simpáticos, al lado de los cuales es mejor no emborracharse ni comer demasiado.

No por algo especial, sino porque siempre hay que estar suficientemente despierto y ligero para salir corriendo cuando las manos se alargan. Richardson y Weinstein creyeron tener altura infinita: el primero por sus amistades –Obama a veces tropieza- y el segundo porque dejó que Meryl Streep le llamara Dios.

Y ya se sabe: puede ser uno Cesar de Hollywood, pero es preferible que te recuerden que eres como todos a que te digan que mandas como nadie.

No nos engañemos, no obstante. El arte, en todas sus dimensiones, tiene esa cualidad que hace que artista y observador se congracien y miren hacia otro lado cuando se trata de observar lo miserable de la vida de unos y otros. A base de venganzas o vetos cognitivos, todos quedaríamos líricamente tuertos.

Entre tanto, lo más feroz del género humano en lo que va de siglo XXI queda encarnado en Larry Nassar, y lo que es pasmoso es como las televisiones de España tratan el asunto del médico deportivo: a golpe de noticia de pocos minutos en la sección de deportes. Resulta tan extraño el tratamiento como la llamada al tiempo finito de Oprah Winfrey, ella que todo lo tiene y todo lo hizo.

Lo bueno de las mujeres y hombres admirables es que son guardianes de los desvalidos, de los que no pudieron decir que no, de los que fueron víctimas de Dioses y Monstruos, de los que pasean la triste figura con una vida raída a golpes por culpa de un depredador. No obstante, nadie en la opinión pública de aquél y este país se acuerda de aquellas aspirantes a actriz que quedaron en la estacada y dijeron que no y que hoy día viven a golpe y batalla de vales de comida en un pueblecito de Oklahoma, Oregon o Kansas. Para ellas, el tiempo nuevo acabó el día que dijeron no a Weinstein y Richardson.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...