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Llevo varios días planteándome una cuestión que para muchos puede resultar banal pero que, de unos años a esta parte, hay quienes hacen de ella casi un problema existencial; me refiero al tratamiento que debemos dar a las fiestas que ahora comienzan.

En mi caso el dilema se planteó cuando me propuse felicitar las fiestas a los que seguís esta tribuna; y como hoy parece que cada vez son más los que se molestan por llamar a la navidad, navidad, y llevan la cuestión ideológica hasta las mismísimas fronteras del lenguaje, me pregunté si os felicitaba la navidad, el solsticio de invierno o me ponía de canto y os felicitaba de forma genérica las fiestas, sin más.

Yo sé que más de uno y más de dos, desde su ateísmo o su laicismo, no está por la labor de conmemorar el nacimiento de Jesucristo y prefiere celebrar el momento astronómico en el que la Tierra, en nuestro hemisferio, llega a su noche más larga. En el fondo, y jugando con la palabra, también están celebrando una navidad, porque navidad, al fin y al cabo, viene del latín nativitas que significa nacimiento y el solsticio no dejar de ser una llegada; la de la noche más larga.

A algún nostálgico de la Revolución Francesa seguro que no le importaría que se implantara el calendario republicano que eliminó por decreto todas las fiestas religiosas y renombró los meses del año llamando ‘Nivoso’ al mes republicano comprendido entre el 22 de diciembre y el 22 de enero del calendario gregoriano; por aquel entonces, por cuestiones tan prosaicas, a los gregorianos disidentes del calendario les quitaban las corbatas a guillotinazo limpio.

En cualquier caso, y bromas aparte, cada cual, según la Constitución, está en su derecho de celebrar lo que considere oportuno, aunque yo personalmente creo que después de más de dos mil años de historia cambiar las costumbres y la cultura popular de una sociedad judeocristiana parece harto difícil; y muchos más cambiar los hábitos lingüísticos. Para renombrar la Navidad, la Semana Santa o la Inmaculada harán falta algo más que dictados constitucionales de aconfesionalidad.

Y ahora, para rizar el rizo laicista, volvamos a la cuestión de los usos “políticamente correctos” del lenguaje. ¿Qué haríamos si nos llegará una felicitación en la que nos desearan una “Feliz Navidad para ti y tu familia”? ¿La devolveríamos con la excusa del solsticio y con el pretexto de que la familia es una institución burguesa y heteropatriarcal?

Para rizar más la cosa; también podríamos trasladarnos al extremo contrario. ¿Qué haríamos si recibiéramos una felicitación de este tenor: “Que en esta Navidad la Paz del Señor inunde cada rincón de vuestra casa”? ¿Aceptaríamos el augurio con un sentido amén en señal de aprobación o lo devolveríamos por excesivamente confesional y trasnochado?

Al final las fórmulas de cortesía no son más que muestras de afecto y cariño y son, sobre todo, signos de una buena educación que no debieran molestar a nadie. Después de tanta verborrea navideña, espero no haber sido yo el que haya ofendido con mis elucubraciones.

Sólo me resta resolver el dilema que planteé al principio; lo haré deseándoos desde mi agnosticismo una “Feliz Navidad y un Próspero Año 2017” que es lo que he venido haciendo desde hace más de cincuenta años; no pongo “para todos” para no meterme en otro lío…, ustedes ya me entienden.       

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...