mercedes serrato 14 de junio 2016

No había pensado que superado con creces el inicio de siglo, tras un bagaje académico medio, después de entrar de cabeza en la crisis, iba a asombrarme por una cuestión propia del siglo pasado, o del anterior, pero eso es lo mejor y lo peor de estar viva, no dejar jamás de sorprenderse.

Ha vuelto, por fin ha vuelto. La maleta casi no pudo resistir este último viaje, y es que hace falta mucho precinto para fijar todo lo aprendido en este año de frío, lengua extranjera, pañales, cuestas, algunos ahorros y poco agradecimiento. 

Aprender inglés, que importante, con las exigencias del plan Bolonia, que imprescindible. Esa puede que sea una de las principales motivaciones de esa juventud que puebla de acentos españoles los húmedos países de la Europa que no sé si será tan próspera cuando necesita de nuestra mano de obra a bajo precio. También te condiciona la crisis, esa falla que se ha abierto en el suelo de tantas casas de clase media por la que los brotes verdes aún no asoman del todo. Cualquier explicación está lejos de términos como aventura, emprendimiento y esas mamarrachadas que gusta decir desde el gobierno, asumiendo que tengamos de eso.

Fregar platos puede que ni sea la peor opción. Las mujeres tenemos la salida de ser au pairs, y digo lo de mujeres porque pese a algún caso masculino, estos aún son muy infrecuentes. En un país donde hasta los Duques de Cambridge tienen una niñera española, las familias de clase media no quieren ser menos, aunque adaptan sus expectativas a lo más conveniente, dar techo, comida y unas cien libras semanales (a veces menos) a cambio de tareas de cuidado.

Demasiadas cosas entran en juego en esta situación, y por supuesto, como en botica, hay de todo, familias buenas y menos buenas, aunque si se hiciera una investigación al respecto, creo que la cosa saldría mal parada.

Lo cierto y verdad es que la opción de au pair está en el borde de la legalidad. Apenas existe regulación al respecto. Siendo una práctica que se realiza desde hace décadas en gran parte de Europa y norte de América, aún navega entre la costumbre y la alegalidad, quedando todo un poco en manos del destino y la buena voluntad de las familias, cuando la hay.

La amiga que recientemente ha vuelto no es la única que se ha embarcado en esta aventura, conozco ya a un puñado de «aventureras» de estas, y la mayoría dicen lo mismo: «No valoran nuestro trabajo, no valoran que criamos a sus hijos, que pasamos el día cuidando de sus niñas.»

Creo recordar que en la célebre película «Criadas y señoras» se decía algo parecido. Tenemos tan asumido que las mujeres por naturaleza son madres, que esto le quita valor a un trabajo extenuante en lo físico y en lo mental. Peor aún; parece haberse impuesto que una mujer no puede desarrollar su vida profesional y familiar sin otra mujer que la supla en los quehaceres que por naturaleza le fueron encomendados, y en muchos casos, se explota a la trabajadora igual que son explotadas las amas de casa.

Los días libres son aleatorios, flexibles, demasiado elásticos cuando convives en el lugar donde trabajas, cuando estás a un golpe de puerta de tu jefa, cuando en cualquier momento te dicen: «¿Te importaría?»  Y claro que te importa, pero te callas, y te quedas con un niño con fiebre, recoges los juguetes o vas a comprar leche, aunque no te corresponda, aunque sea tarde, aunque sea domingo. 

No pensé que en estos tiempos, en que mucha gente trata de enterrar a Marx, un conflicto de clase fuera tan evidente y demoledor. Porque sí, la dignidad es y debe ser inherente a cualquier ser humano, lo he estudiado incluso, y sí, no se nos caen los anillos por hacer ningún trabajo, aunque tengas una carrera, una profesión, una familia azotada por el paro y la crisis, aunque hayas leído un par de libros buenos y te graduaras con buenas notas. Pero hay momentos en que todas esas líneas se ven trasgredidas, han intentado que no seas esa persona, han intentado que seas insignificante, y entonces no tienes claro si eres o no una criada, pero sabes seguro, que esa madre de familia no es tan señora.

Y ya ha vuelto, al fin. Lejos del frío, de vuelta al rincón del sur rebosante de calor, el del sol que por allí arriba se esconde, y el de su familia, el de la gente que la queremos, gente que sabemos que aunque siempre tiene una palabra amable y una risa para soltar, ha soportado quizás más de lo que es preciso. Pero ya lo dijo el filósofo: «Todo lo que no me mata me hace más fuerte». Así que en esas estamos; el día a día ya no es nada compañera.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...