Halloween se ha convertido en la cara visible y terrorífica del dominio estadounidense. Pero la idea original está totalmente desarraigada de su origen y se ha orientado a un juego de mercadotecnia que retroalimenta a los ciudadanos para el consumo de otros derivados como, cine, comida, vestimenta…hasta el cogote de cualquiera.

I’m an American in the UK who loves Halloween. If you’re here for the spookiest day of the year, prepare to be disappointed. Annie Smith

Tanto en London como en Andalucía hay cierto amor y odio a dicha fecha.  Aunque pensemos que el habla y la cultura anglosajona son comunes en ambas orillas del Atlántico Norte, la voz cantante es la de Washington y los proclamados nativos no dudan en vociferar que aquí nunca se celebraba y es cosa de los extranjeros. Por otro lado, algo de verdad debe tener,  pues la colonia estadounidense en London es numerosas y de alto poder político y económico, por razones obvias.

El ayuntamiento Real de Kensington y Chelsea tiene censadas el mayor porcentaje de esa minoría rozando el 6% y llegando al 7% sólo en Chelsea.

Sin duda, cuando es Halloween puedes identificar, en un 99% de los casos, quién lo ha mamado desde chiquitito y quién lo ha visto en películas. Una ronda por este borough de London te lo aclara, las decoraciones son estrambóticas, gigantescas, elaboradas y originales a ojos de un pagano, nunca mejor dicho.

En definitiva, Halloween ha calado en el imaginario popular de cualquiera nacido bajo el yugo estadounidense bien de manera más liviana o por represión directa.

Los expatriados no anglosajones, popularmente conocidos como emigrantes de mier..coles, tenemos la mala costumbre de comer y tener un techo encima de nuestras cabeza para resguardar a nuestras familias, mi caso no es diferente al de cualquier familia latinoamericana, africana, europea comunitaria, asiática…Y dicho motivo te hace plantearte dilemas emocionales y económicos, sin duda estos últimos siempre ganan.

A new kind of hospital for a shocking new kind of war.

London es una megalópolis donde el terror se halla en cada esquina. Ahora os contaré un hecho tan cierto como la esfericidad del planeta.

Alrededor del año 1AB (antes del Brexit) acepté un trabajo en un hospital para la tal famosa empresa pública que está siendo fagocitada por el virus nocivo y mortal de la privatización a coleguitas.

Como buen andaluz ostento en mi conciencia que la tranquilidad de un empleo público es un hecho, craso error en tierras británicas, pero mi alegría era justificada en teoría. El destino se localizaba en el sur de London, abajo del Thames River donde el metro se parece al de Sevilla y los trenes sólo parecen ir hacia el aeropuerto y a Brighton.

He majority had suffered appaling treatment, particularly those forced to work on the construction of the Thailand-Burma ‘Death Railway’.

Desde mi ultravalorada vivienda hacia aquel hospital, en un suburbio del sur,  hay un trayecto pintoresco que te lleva a la época victoriana. Esto lo digo porque cada día cruzaba dos veces un puente de madera que fue cerrado al tráfico por peligro de derrumbe, aún así, casi se hunde cuando unos pocos cientos de personas animaban una carrera de regatas sobre el río. A día de hoy sólo sigue abierto para peatones y bicicletas. El puente victoriano desemboca en una calle de mansiones donde el señor don dinero se pasea en coches de alta gama y un café te cuesta lo mismo que invitar a toda tu familia a comer churros el domingo en La Campana.

Ya en mi nueva oficina me pasé los primeros meses en Hot desk sin ningún apego, pero con la exigencia que uno traía de la empresa privada cartujana era fácil destacar en el post-funcionario británico poco dedicado a sobreesfuerzos y mucho a pastas con té. Por mi naturaleza y falta de arraigo a cualquier oficina, una mañana mi jefa me sorprendió con una nueva ubicación que acababa de ser reabierta: todo un ala de un hospital pequeño para mí , el ala constaba de una zona de espera para unos 50 pacientes con doble aseo, otro para personas con discapacidad móvil, ¡un lujo en Reino Unido!, cocina para trabajadores, una sala de espera menor en la parte trasera del pasillo en cuyos laterales se encontraban ocho consultas, un despacho, con cerradura numerada codificada, para ocho trabajadores en el que solo estaba yo. La recepción, cerrada ya con anterioridad, fue parte de pacientes internos de Mental Health reubicada en su totalidad ahora en la planta inferior. Los escuchaba cada mañana con ritmos diferentes desde dulces serenatas a atronadores gritos de lamento y algarabía.

A huge crater marked a near miss by a German  bomb. A group of lower limb amputees are looking into it.

He sido de esas personas afortunadas que han podido acomodar su horario al de la familia, por ende mi horario era de 6 am a 14h. A las 5am levantaba al gallo para que despertara a mi vecindario mientras tomaba el primero de mis autobuses. Empezar tan temprano en un hospital, donde muchas veces el guarda te tiene que abrir la puerta y tú tienes que encender luces de pasillo, no es terrorífico, pero tampoco es agradable, dependiendo la melodía de mis roomies de abajo.

El pequeño hospital comprendía la planta subterránea donde se realizaban la rehabilitaciones de los amputados; la planta baja en la que había consultas, en el exterior médicos de cabecera; la primera planta dedicada a salud mental infantil y adulta con pacientes de casos severos;  por último la segunda planta en la que había algunas oficinas y el antiguo ala de salud mental de citas externas. Allí me colocaron.

El invierno en London es duro si te molestan temperaturas desde -3 hasta alguna de -9 antes del alba con el pantalón de pana importado acartonado. La oscuridad de la ciudad es abrumadora según te alejas del centro y la tranquilidad de un barrio de casas onerosas es proporcional a la soledad de sus calles por donde deambulas cabizbajo y con pocas ganas de guasa.

En mi nueva oficina todo era casi perfecto, menos el frío. Amplia, con ventana hacia el norte donde veía el cenit del arco de Wembley. La radio era mi compañera desde que salía de casa hasta las 8 y 9 am que llegaban las enfermeras y HCA auxiliares de enfermería. Al principio, solo se usaban un par de consultas de apoyo de la planta baja.

Todo empezó el primer día. No encontraba parte de mi escueto material de oficina,  bolígrafos de propaganda de bancos, un bloc de notas pequeño y otros utensilios. Lo primero que pensé fue en dónde tengo la cabeza, con tanta estantería  y cajoneras vacías lo había perdido. Siempre tuve la sensación que estaban jugando conmigo. Bolígrafos, bloc de notas, grapadora, cinta de celop, pines del tablón de corcho, calendario que imprimía y desaparecía…Y de repente estaban en el sitio donde yo recordaba.  Luego los ruidos en mi puerta, aquí tengo que aclarar que el ala estaba cerrada por una puerta doble que abría con tarjeta de identificación, mi oficina con una clave numérica. Si cerraba la puerta, llamaban varias veces con golpe seco pero delicado; si la dejaba abierta el golpe se oía como si fuera dentro de la oficina. Nunca ví a nadie.¿Cómo lo superé? Pues era algo diario, la radio a todo volumen y porque la necesidad de un salario era mayor que unas onomatopeyas misteriosas.

Aunque había 8 espacios para ordenadores con sus enchufes, la oficina sólo contaba con cuatro sillas, cada mañana parecía que habían estado jugando al juego de las sillas a la luz de la luna.Tanto así, que empecé a usarlas indistintamente sin tener preferencias, como suele suceder con objetos que usamos a diario.

Así seguimos los primeros meses, porque London es cara y un empleo que da cierta paz al hogar no es renunciable por motivos irracionales.

A todo esto se unieron las luces de las dos salas de espera, desde el baño podía ver el fogonazo de luz apagándose y encendiéndose. La primera vez, me hinché el pecho como un gallo de pelea y uno, que ha sufrido mucho como bético, sabe aguantar chaparrones de desgracias. La segunda vez hice una llamada a seguridad. ¿Ustedes los han visto? Yo sigo esperándolos, nunca aparecieron y los llamé muchas mañanas.

Buried alive, saved by his stick.

Poco a poco fui comentando ciertas cosillas con limpiadores, originarios  Latinoamérica y África, personal de mantenimiento, otros empleados del pequeño hospital,  mis temores se fueron acrecentando, pues a todo el mundo le había pasado algo, pero nadie tuvo los bemoles de comentarlo. Más tarde, los detalles de la escenografía de limpiadores con crucifijos, los guardas de seguridad no subían solos y/o a oscuras, nadie quería quedarse solo en las consultas a la tarde.

Una mañana entré con mi ritual de tarjeta para abrir una puerta, encender la luz, pasar una puerta doble que daba al pasillo y enseguida a mano derecha la puerta con código numérico de mi oficina, sin saber porqué, giré la cabeza a la izquierda y al final del pasillo, detrás de otra puerta doble con cristalera, vi pasar a una niña hacia la puerta, más tarde me enteré que conecta con otro pasillo. Mi piel se erizó tanto que parecía el primo de Espinete. Esa misma mañana se lo comenté a un compañero que trabajaba para mantenimiento, él mismo me aseguraba que no era el único. El personal de cocina renuncia cada semana y sólo los necesitados aguantan.

 Hay que resaltar que en la sanidad británica todo ese personal tiene contratos de cero horas por ETT. Mi amigo de mantenimiento y yo hacíamos de traductores con los empleados de la limpieza que no hablaban inglés y quienes al enterarse de mi interés por los acontecimientos venían en avalancha a mi oficina a contarme sus historias.  Una mañana llegué y todo estaba patas arriba, un ordenador encendido pero bloqueado, ventana abierta… parecía un robo más que una escena de fantasmas, bajé a la cabina de seguridad, de sobra sabía que no iban a subir, le insistí al guarda que revisara la cinta, por mi terquedad y continuas quejas a mí superiores que nunca atendían mis llamadas, accedió. En la cinta solo vimos a una compañera salir corriendo de la oficina, meses más tardes la conocí y me dijo que nunca más estaría sola en esa oficina. Resumiendo sus palabras y recordando sus morisquetas y acento bayano(Barbados) que exageraba al relatar , decía que sintió a varios niños jugar y cantar a su alrededor durantes unos minutos, cómo le tocaban el pelo y le movían las cosas.

Por desgracia, las cámaras no recogían la oficina sino los pasillos. Esta misma compañera me dió la receta de Jerk Chicken, lo goloso no quita lo curioso.

Cuando le conté mis experiencias nunca imaginé lo que sucedería después.

Queen Mary’s Hospital, Roehampton is world famous for its work in amputee rehabilitation.

Mis jefes superiores me visitaron sin avisar y me dijeron que si seguía inventando historietas, me iba a meter en un buen lío, ya que eran varios los compañeros que se niegan a trabajar en un espacio que  había costado mucho dinero adecentar y pensaban mover un especialidad entera para atender pacientes de lunes a viernes.

Aún siento el pellizco en el estómago y la sensación de pérdida de empleo que fue más tenebrosa que la zagalilla del pasillo.

Un mes más tarde me ofrecieron otra posición y diferente oficina en el mismo hospital.

Si os preguntáis si hice alguna grabación. Sí. Las secretarias médicas usaban por aquel entonces grabadores donde los médicos grababan sus consultas. Toda aquella grabadora que usé nunca captó el esperpéntico ruido que se escuchaba en esa oficina. Hurgando en la historia,  me enteré que el antiguo hospital estaba enfrente de la puerta principal y detrás de los aparcamientos vigentes. El terreno fue vendido y ahora eran pisos familiares de clase media-alta. La nueva ubicación fue construída sobre la morgue. La cual se ubicaba en la actual cocina y estaba dos plantas más abajo de donde vi a esa niña caminar.

A día de hoy, todavía se eriza mi piel y puedo recordar el color de su vestido incoloro, la luz tenue de bombilla de hospital y la sensación de ser un espectador casual.

En definitiva, sólo sé que no sé nada.

Natural de Sevilla; en la Rábita, el mar me bautizó; aprendí a caminar y hacer travesuras como cazallero; en Dos Hermanas la escuela me dio alas, la Hispalense un motor; luego en México, bravura y...