Reconozco que, por unos instantes, pensé que celebrábamos el Día de los Inocentes. Ya lo sé, el frío gris de noviembre poco tiene que ver con el cálido abrazo de mayo; la discordancia espacio-temporal es absoluta.

Pero no me podrán negar que la rotundidad de la noticia, difundida en grandes titulares que copaban la mayor parte de la pantalla del ordenador en las distintas versiones digitales de los medios (qué lástima que informaciones como esta no se voceen en la calle en un ejercicio de escarnio colectivo), no recuerda a esas primicias surrealistas que se filtran en la mencionada festividad para verificar el estado de resignación de una ciudadanía acostumbrada a los más improbables disparates.

¿Un banquero a prisión? Imposible… Desde que la crisis económica dejó de ser una «ralentizacióndelritmodecrecimientodelaeconomíanacional» y fue reconocida como tal, la muerte anunciada del estado de bienestar del país, han sido muchas las voces indignadas que han reclamado el enjuiciamiento de aquellos responsables de la debacle, entre ellos los directivos de las entidades bancarias en bancarrota. Ilusos. Los banqueros no han tenido que soportar sobre sus espaldas  el peso de la ley, sino de las impúdicas cifras millonarias de finiquitos, jubilaciones anticipadas y compensaciones por su comprobada ineptitud.

Cinco años después de recortes inconcebibles, ciudadanos sin hogar, desesperanza y pobreza generalizada, la noticia: Miguel Blesa, expresidente de Caja Madrid (columna vertebral de la actual Bankia), es encarcelado por su «gestión aberrante» de la entidad. Su fianza es de 2,5 millones de euros, curiosamente (la causticidad del destino…) la cantidad recibida como indemnización (la pública) tras abandonar la caja.

Ahora bien, recolectar una cantidad tan importante no debe ser empresa fácil. El señor Blesa debe, para comenzar, dar indicaciones a sus allegados de dónde se encuentran las claves de las distintas cuentas diseminadas por los rincones más exóticos del planeta (que a nadie se le ocurra pensar que tiene sus ahorros en Bankia…). Un auténtico lío. Y mientras, sus huesos pudriéndose en la cárcel. Ni hablar. Estos lugares nunca fueron concebidos para los poderosos. Por ello, el juez de turno (enganchado a la pared con su smartphone que no da abasto), ha decidido liberarlo directamente y evitar así el engorro de que este pueda llegar a sentirse culpable en tan lúgubre destino. Al fin y al cabo, la bomba informativa ya está en la calle. A partir de ahora, sólo cabe el olvido.

En los últimos años, los españoles hemos estado sometidos a tal serie de barbaridades que nuestra capacidad para sorprendernos es cada vez más limitada. Nos hemos vuelto cínicos, desconfiados. Y no sin razón. Esa es la actitud que adopta uno cuando un grupo de malhechores saquean la riqueza y el futuro del país en sus narices, sin contemplaciones e impúnemente, expuestos a mentiras reproducidas en bucle por los siervos serviles del régimen político-económico. Que nadie se confunda, en España el problema no son los mercados, una realidad obstusa que no puede ser juzgada y que funciona como un chivo expiatorio perfecto, sino de los chorizos patológicos a los que votamos cada cuatro años. Sin distinción.