Cada año, el calendario litúrgico de la Iglesia Católica lleva a un periodo significativo conocido como la Cuaresma. Esta palabra, derivada del latín tardío «quadragesima» (cuadragésima), recuerda su conexión con el número 40 en términos ordinales. La Cuaresma, marcada por la variabilidad de fechas entre el 4 de febrero y el 10 de marzo, juega un papel crucial en la preparación espiritual para la Semana Santa.

La fluctuación de días en la Cuaresma se debe a una regla meticulosa utilizada para calcular la fecha de la Semana Santa. El domingo de la Pascua de Resurrección se determina como el siguiente a la primera luna llena que sigue al equinoccio de la primavera boreal, del hemisferio norte. Esta intricada conexión astronómica añade un misterio celestial a la cuenta regresiva hacia la resurrección de Cristo.

El Miércoles de Ceniza, que este año cae el 14 de febrero, marca el inicio formal de la Cuaresma. Cuarenta días después, excluyendo los domingos, llegamos al Jueves Santo (28 de marzo de 2024), donde culmina este periodo de reflexión y preparación espiritual.

Simbología cristiana de los 40 días

La simbología cristiana impregnada en estos 40 días rememora las experiencias de Jesucristo durante las tentaciones en el desierto. Con ayuno y oración, Cristo inició su ministerio público, enfrentando el sufrimiento que finalmente lo llevaría a la cruz y a su posterior resurrección. Este periodo también evoca los 40 años que el pueblo de Israel pasó en el desierto, así como los 40 días de ayuno de Moisés en el Sinaí y de Elías en el Horeb.

La Cuaresma no es solo un recordatorio histórico, sino una oportunidad para la introspección y la solidaridad. Durante este tiempo, los fieles intensifican prácticas como la oración, para mantener presente a Dios en sus vidas; el ayuno, con el objetivo de abandonar el egoísmo; y la limosna, para fortalecer la solidaridad con los menos afortunados. Estas acciones, arraigadas en la tradición cristiana, buscan una preparación consciente y significativa para el encuentro con Cristo en la Semana Santa.

Así, la Cuaresma se convierte en un viaje espiritual de 40 días, una travesía de reflexión, sacrificio y solidaridad que nos guía hacia la celebración de la resurrección, renovando el significado más profundo de la fe cristiana.