Escuché en una tertulia radiofónica que la población mundial ya ha sobrepasado los ocho mil millones de habitantes. Glups. Precisamente, el primer sabe-lo-todo oficial, Quinto Septimio Florente Tertuliano, nacido en Cartago, pues era hijo de un centurión romano destinado en el norte de África, ya polemizaba con ese mismo tema en la segunda mitad del siglo II. Durante su etapa cristiano-apocalíptica vaticinaba el fin de los tiempos y criticaba a la sociedad de la época en su obra Acerca del alma:  “…nuestra rebosante población es una carga para el mundo, que difícilmente puede abastecernos de sus elementos naturales; nuestros deseos crecen cada vez más y nuestras quejas se hacen más amargas en todas las bocas mientras la Naturaleza no llega a proporcionarnos su sustento habitual…” . En el siglo II, se estima que la población mundial alcanzaba unos 200 millones, es decir, era unas 40 veces menor que en la actualidad y 50 veces menor que la que se augura al término del siglo XXI.

Los especialistas en demografía comienzan a contar la población mundial desde hace 200.000 años y estiman un total de 109 mil millones de personas que han vivido y han muerto. Eso sumado a los 8000 millones actuales, suponen 117 mil millones de humanos que lleva soportando nuestro planeta. Fuente: modificado de Our World in Data.

Se calcula que en sólo doce años (2010-2022) la población mundial ha adquirido mil millones más de humanos, aunque esta tasa de crecimiento está comenzando a ralentizarse. Sin embargo, muchos piensan que no se frenará lo suficientemente rápido como para evitar el colapso del planeta en el que vivimos y del que dependemos. Piensan que para el año 2050, necesitaremos tres planetas como el nuestro para que una minoría de países desarrollados siga viviendo a todo trapo. Y no me refiero a tener suficiente comida para todos.

Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), si no se consigue acabar con el hambre en el mundo, no es por falta de capacidad de producción sino porque el coste de los alimentos es prohibitivo para millones de personas, a la vez que la población mundial sigue creciendo y creciendo. Urge transformar los sistemas de producción de alimentos para reducir su coste económico y ambiental, y dirigirlo hacia la producción de dietas más nutritivas y sanas.

Para la FAO, nuestra salud y nuestros bolsillos saldrían ganando si los gobiernos respectivos: fomentaran una agricultura centrada en producir alimentos para dietas sanas; una logística de producción, almacenamiento y transporte más eficiente (con mínimas pérdidas y residuos); un comercio de proximidad asociado a una producción local; priorizaran la nutrición infantil; invirtieran en educación nutricional a la población y salvaguardaran la nutrición como un bien social a proteger.

Este gráfico es la estimación del crecimiento de la población mundial en el futuro a partir de los valores observados con los que cuenta la ONU. El valor más probable es la mediana (línea roja continua) dentro de unos intervalos de confianza (líneas rojas discontinuas) asumiendo, bien una tasa global de fertilidad y nacimiento positiva de 0.5 o bien negativa de -0.5 (líneas punteadas azules superior e inferior, respectivamente).

Además, la población mayor de 65 años crece a un ritmo más rápido que el resto de segmentos poblacionales, es decir, la población mundial está envejeciendo: la mayoría de países del mundo están experimentando un aumento en el número y la proporción de personas mayores. ‘Palabrita’ de las Naciones Unidas. En 2018, por primera vez en la historia, las personas de 65 años o más superaron en número a los niños menores de cinco años en todo el mundo. Se estima que el número de personas de 80 años o más se triplicará, de 143 millones en 2019 a 426 millones en 2050.

Y hasta aquí, lo que puede hacer la ciencia, que no es poco: estimar la población mundial y la cantidad de recursos naturales que necesitamos y necesitaremos de seguir creciendo y derrochando a este ritmo. Pero la ciencia sola no puede ofrecernos la solución al problema porque las decisiones humanas se guían por la ética (o por la falta de ella). No podemos seguir de brazos cruzados esperando a que llegue un genio bio-matemático que nos resuelva el problema de cómo multiplicar los panes y los peces. No nos engañemos, la solución a la inmensa mayoría de los conflictos en protección ambiental no es ya cuestión de ciencia sino de ética. Y ese es el verdadero escollo: es duro tener que pensar qué decisiones tomar para resolver los problemas que diagnostica la ciencia (¡Qué piensen otros! parafraseando a Miguel de Unamuno).

Mario Bunge fue de los científicos hispanohablantes más citados de la historia. Fuente: Wikipedia.

La aplicación del método científico a un problema no asegura una solución justa. Creer lo contrario es creer en una ciencia dogmática, pura y absoluta. El método científico no es infalible, ni autosuficiente porque es perfeccionable siempre y requiere de un conocimiento previo del estado del problema. La observación es el procedimiento empírico más básico del método científico, pero no hay observación pura porque no hay observación sin objeto observado y sin observador. La observación es selectiva e interpretativa y está sujeta a las circunstancias y a los medios de observación. Para el físico, filósofo y epistemólogo argentino Mario Bunge, la observación se puede enunciar como: «w observa x bajo y con la ayuda de z». ¡Demasiados factores en algo que creíamos tan simple!

El meollo del asunto es que cuando las naciones abandonan el hambre y la pobreza, se reduce su tasa de fertilidad, pero a medida que prosperan en desarrollo comienzan a derrochar recursos naturales no renovables (combustibles, agua, suelo fértil, etc). Lo ideal sería que la población mundial no tuviera que competir por los recursos naturales del planeta, que no los agotáramos sino que nuestro desarrollo permitiera su renovación sostenida en el tiempo. Eso es la sostenibilidad. Una utopía a la que hay que encaminarse cuanto antes.

Cuesta pensar por dónde meter la tijera ¿A qué seríamos capaces de renunciar sin mermar nuestra «calidad de vida»? ¿A quién le toca renunciar, no ya en calidad, sino en vida? ¿Al tercer mundo, pese a que siendo muchos malgasten bastante menos que el 1% de la población más rica? ¿Va a ser esto otro-sálvese-quien-pueda habitual en la historia de la humanidad? ¿O nos pararemos a pensar cómo darle una solución medianamente ética al asunto justo antes de la extinción definitiva?

Preguntas, preguntas, la filosofía nos enseña a cuestionarlo todo; la ética a sobrellevar nuestra conciencia, pero tampoco es un método infalible y, encima, nos mantiene en una duda perpetua: ¿cómo vivir? ¿qué camino tomar? ¿qué debo hacer?… No hay tu-tía. No queda más remedio que darle al coco… ¿O no? «¡Qué piensen otros, que pensar es muy cansao, y nunca te terminas de aclarar!» ¿Mejor, entonces, seguir lo que piensen otros? ¿Seguro? Se puede seguir a los ascetas, estoicos, escépticos, epicúreos,… – Ah, yo es que seguir, seguir, sólo sigo a mi equipo de fútbol, y con eso ya tengo bastante -. Uyuyuy, con el fútbol hemos topado. Cambio de tercio.

Los Mr. Burns del mundo están convencidos de que podrán sobrevivir a todo. Fuente: modificado de WikiSimpsons.

Hay quien piensa que, con suerte, el despropósito armamentístico del primer mundo terminará dejando un resquicio a la selección biológica y el planeta se librará de una élite decrépita con una huella ecológica descomunal. Pero no nos engañemos, es también probable que los “Mr. Burns” del mundo nos sobrevivan a todos, al menos, hasta que se les acaben las toneladas de provisiones en sus refugios nucleares porque, como decía mi abuelo Atilano, aquí para simiente de rábano no nos quedamos ninguno.

Profesora Titular de Ecología, Dep. Biología Vegetal y Ecología (Universidad de Sevilla) y colaborada en el proyecto TRANSDMA. "Proyecto de la Universidad Pablo de Olavide financiado por la Consejería...