Espectáculo circense para la familia es Balagan (“Circo de mercado”), que ha llenado el teatro Lope de Vega de miércoles a domingo con un cartel de magia, mimo y acrobacias donde ya invitaba a soñar el nombre de su creador, Mijaíl Matorin, autor durante varios años de distintos números del Circo del Sol.

Miguel Ybarra Otín. Rodeado de impresionantes acróbatas y un mago realmente sorprendente -23 artistas de distintas nacionalidades componen el elenco-, Matorin monta un espectáculo con momentos de gran belleza, altísimos nivel y dificultad: los elegantes vuelos sobre el escenario, apenas agarrado a dos largas telas rojas; los equilibrismos sobre las manos, los pies o la cabeza de un compañero; la también equilibrista que, apoyada en una sola mano en posición vertical, es capaz de virar el centro de gravedad de su cuerpo hasta una posición casi imposible.

Muchos números de gran valía que requieren el grado sumo de la técnica y la forma física. Y que se alternan con un mago de los que casi hacen creer que la magia de verdad existe. Un mago que también es mimo y que nos brinda una magnífica escena -vista también en otros espectáculos-: esa en que cuelga la chaqueta del perchero, la cepilla, acaba metiendo el brazo en la manga y así el traje cobra vida y al fin al propio mimo abraza, cepilla y pega.

Pero junto a este entrañable personaje, otros como salidos de otros mundos van apareciendo entre los números (la chica con los aros, los saltarines, los amantes que también sobrevuelan el escenario) sin que su papel quede claro y dejando muy diluida esa historia que concluye al quitarse el amante o príncipe su careta antes del mencionado baile en el aire.

Por ello no envuelve al espectador este espectáculo. Le falta, quizás, algo de encanto, magia diferente a esa que sí se nos brinda como un número más en una sucesión de magníficas escenas.

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