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Perfil. La reciente publicación de su nueva novela en Sevilla, Lo que sé de los hombrecillos, nos sirve como excusa para adentrarnos en el subsconciente de uno de los escritores más interesantes de las letras españolas.

Jesús Benabat. Juan José Millás tiene mucho de hombre híbrido, bicéfalo, bipolar incluso. Y no se molesta en desmentirlo. El autor de obras tan celebradas como Cerbero son las Sombras, Dos mujeres en Praga o El Mundo, es una curiosa y contradictoria figura del mundo de las letras españolas, una nota discordante entre la aparente normalidad de sus compañeros de profesión que atraviesa de forma transversal lo estrictamente literal para sumergirse en los terrenos ignotos del subconsciente, los pasajes oníricos de la cotidianeidad o el contenido oculto de los sueños del duermevela. Millás no es, en resumen, un escritor al uso al que abordar desde los parámetros tradicionales de la reseña biográfica periodística.

De poco valen datos tan insustanciales como la fecha en que fue alumbrado, un día cualquiera del mes de Enero de 1946 en Valencia, si no se pone en relación dialéctica directa con la percepción personal de su infancia y juventud y su reflejo en la Obra, ya sea literaria o periodística, que lo define. Todo en la vida de Millás, desde su traslado a Madrid a la corta edad de los 6 años con su numerosa familia hasta el abandono de la carrera de Filosofía y Letras al tercer curso, parece cribado por el tamiz del «autoanálisis» al que se ha infringido el autor y aflorado en cada uno de sus escritos; terapias, al fin, a tumba abierta que vertebran su pensamiento.

Y es que sería absurdo buscar minuciosamente los hechos autobiográficos que salpican la vertiente literaria de Millás; cada uno de sus libros contiene una parte de él, aunque sus argumentos, sus personajes o la forma de ponerlos en relación inviten a pensar todo lo contrario. En ocasiones, los planteamientos que a priori se sitúan en la más lejana indiferencia del autor, son los que, a su vez, se encuentran más inherentemente cercanos al espíritu de quien escribe.

De hecho, Millás nunca ha ocultado el fuerte componente personal que contamina cada una de sus propuestas literarias. Sin ir más lejos, El Mundo, novela por la que fue galardonado con el Premio Planeta 2007, nace de la sincera confesión de sus diversas obsesiones a través del relato en mosaico de experiencias que han influido de forma determinante en su vida, desvelando hechos tan personales como la muerte de su padre y la redención alcanzada tras haber lanzado sus cenizas al mar, como si pusiese el punto y final a un viaje circular que desemboca en la inmensidad líquida existencial del que se siente heredero, un deja vu premonitorio.

Millás concibe la literatura como un exhorcismo necesario que conecta íntimamente con el desarrollo de su personalidad. El grato y tortuoso oficio de escribir provee de unas claves primordiales para la búsqueda de una escurridiza identidad que se desvanece, como los sueños en cada mañana, en una estela de experiencias que ya se sienten lejanas; el ser humano es incapaz de reconocerse en actos que le acontecieron en el pasado.

El propio Millás ha aseverado en algunas ocasiones que él no se siente el autor de novelas que escribió hace décadas, pues su identidad como hombre ha mutado hasta convertirlo en otro sujeto muy diferente. Ya poco queda, pues, del Millás que se alzó con el premio Sésamo en 1975 por Cerbero son las sombras, o el que ganó el Premio Nadal por La soledad era esto en 1990; una nueva persona ha nacido producto del perpetuo ajuste de las piezas que componen nuestro puzzle vital. Todo ello arrumba con el narcisismo de los que se reafirman como autores, directores o detentores de cualquier tipo de cargo, como ejemplos de un individualismo tan actual como falso.

Y Millás vuelve de nuevo al terreno inestable de la identidad en su nueva novela, Lo que sé de los hombrecillos, aunque desde una perspectiva radical que introduce elementos por otro lado habituales en la prosa del escritor. Hablamos del delirio, la ensoñación, la delgada línea que separa la vigilia y la inconsciencia onírica que llamamos sueño. Para ello, Millás recurre a la figura de un profesor universitario, paradigma del ser ordenado, convencional y un tanto aborrecible, con el objeto de agrietar concienzudamente el fingido mundo de la «normalidad»  que ha creado en torno a sí, a través del recurso surrealista y fantástico de El Otro, el reverso oscuro, el Mr. Hyde, el subconsciente, en esta ocasión representado por hombrecillos ataviados según la moda de los 50’s que sólo puede ver él.

Según su autor, la novela es un relato fantástico en el cual se adentra la realidad, y no en sentido contrario, y para el cual se utiliza técnicas realistas. Se trata de contar un sueño como si fuera real, mezclando ambas dimensiones y, de hecho, traspasando las fronteras establecidas con la idea de que ningún atisbo de «anormalidad» se interne en el devenir rutinario de la existencia.

Los temas recurrentes de las novelas de Millás han devenido hace años en obsesiones que logra inculcar a sus lectores. Y lo hace de forma rutinaria, en cada una de las piezas periodísticas que salpican periódicamente los diarios en los que escribe. No se puede entender a Millás sin analizarlo como articulista y fundador de un género al que ha catalogado como «articuento», es decir, piezas periodísticas de opinión que no eluden una evidente dimensión literaria.

Cada viernes en la contraportada de El País, o los domingos en el semanal del mismo periódico, o los viernes en el programa La ventana de la cadena Ser, Millás reinventa su labor como periodista para adentrarse en terrenos de minuciosidad a los que difícilmente puede llegar los proletarios de esta profesión. Desde su atalaya de intelectual, arroja ante nuestros ojos reflexiones e ironías que no pretenden más que darnos ese aviso necesario para no permanecer dormidos en lo que consideramos nuestro tiempo de estar despiertos.

Juan José Millás no cesa en su tarea incansable de escritor bipolar, híbrido en sus planteamientos y sus formas, perdido en la ausencia de identidad. Un escritor, en fin, que va más allá de la consciencia para adentrarse en la obscura y frágil levedad de aquello que desconocemos y tememos. Nosotros, los lectores, no somos más que espectadores en una feroz batalla por la comprensión de un mundo tan limitado como personal.

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