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Se intuye un cuerpo en la penumbra de la sala, apenas una silueta allá al fondo. De pronto, la sombra se separa del negro para mostrarse bajo un foco de luz rayada. Es un cuerpo de mujer, con la cara totalmente cubierta por su propio cabello. Se diría que espera, quieta, a que algo ocurra. Esta mujer anónima es Ximena Garnica, alma de la compañía neoyorquina Garnica Leimay, que acerca la danza japonesa ‘butoh’ al Fest 2010.

 

Clara Morales. Garnica, semidesnuda sobre la escena, se cimbrea lentamente. Las líneas luminosas que la cortan dan a su movimiento una apariencia extraterrestre. Al alzar sus manos, estas desaparecen unos segundos cada vez que recorren una zona de sombra. Parece que ese cuerpo va transformando su movimiento (o es transformado por este) hasta convertirse en otra cosa. Sobre eso se interroga El rastro de la tristeza púrpura: el devenir, lo invisible, la huella que deja aquello que ha desaparecido.

No hay ningún objeto sobre el escenario, los únicos elementos que acompañan a la bailarina es la harina que cubre el suelo y el foco que la envuelve. Shige Moriya, co-creador de la obra, altera la animación del foco-vídeo conforme a la danza de Garnica. Ahora unos puntos de luz han comenzado a correr por el cuerpo de ella, se multiplican, se agitan hasta convertirse en una masa luminosa. Los movimientos de Garnica toman fuerza.

Esta colombiana realiza su trabajo en el laboratorio Garnica Leimay desde 2005. El ‘butoh’, la ‘danza de la oscuridad’, creada en Japón tras los desastres de Hiroshima y Nagasaki con la pretensión de encontrar un ‘nuevo cuerpo’, ha sido su ocupación principal estos últimos años. Siguiendo los caminos trazados por maestros como Ohno o Hijikata, Ximena Garnica se deja llevar (es el cuerpo el que manda, dando espacio a la improvisación) por movimientos lentos y quebrados. Intentando encontrar la respuesta a qué es el ser humano, el cuerpo de la bailarina se convierte en algo desconocido, algo animal, oscuro.

La música, una suerte de zumbido constante compuesto por Tatsuya Nakatani, Moriya y Garnica, hace vibrar las sillas del Centro de las Artes de Sevilla. Ximena deja su huella sobre la harina blanca que cubre el escenario. Algunas nubes de polvo blanco se elevan cuando corta sus movimientos contenidos con un golpe seco contra el suelo. Para los no iniciados este lenguaje resulta críptico. El ‘butoh’ es, en muchos aspectos, la novedad absoluta: estos movimientos pertenecen a otro mundo, y nunca podríamos haberlos presenciado de otra forma.

La luz desaparece sin previo aviso, interrumpiendo el trazado de un paso de Garnica. El espectador, sorprendido, tarda en reaccionar. Ximena Garnica, bañada ahora por una luz cálida, se inclina ante el público, que aplaude con franqueza. Al hacerlo, su cabello levanta una nube de harina que se eleva hasta el techo de la sala. Garnica sonríe ante este leve rastro de tristeza.

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