Hay muchas formas de leer una novela y conviene al lector combinarlas para hacerse una composición de lugar correcta. Se puede utilizar una lente de «gran angular» para situarse en la trama y en el desarrollo y se puede utilizar un «macro» para fijarse en el detalle.

Sin ninguna duda ―en mi opinión―, lo que hay que resaltar de «Las hijas de las horas», la primera novela de Teresa Buzo Salas, es la lectura de cerca; la que se hace cuando se lee un párrafo o una página aun desligada del resto de la obra. Ello es debido a la impresionante construcción de su personaje principal, Virgilio, y de su monólogo interior casi telegráfico, trepidante, hilando frases cortas como una ametralladora, para conducirnos a su infierno interior al mismo tiempo que sirve de guía a lo largo de la historia.

Teresa Buzo se sirve de esa voz torturada para expresar una prosa rica y llena de reflexiones y de perlas poéticas que pretenden pasar desapercibidas y que el lector tiene que ir cazando una a una para ir ensartándolas en ese collar precioso que es la impresión que queda al acabar la novela. Hay que tomarse la lectura de «Las hijas de las horas» como un juego, como quien caza setas y tiene que tener los sentidos alerta para detectarlas. Al final de la lectura, el lector astuto tendrá la satisfacción de una cesta plena de setas que habrá ido degustando con fruición.

En esas frases telegráficas se encuentran dolor, desesperación, asco, pero también ternura y esperanza. Como contrapunto al personaje de Virgilio y para que le entendamos en toda su fragilidad, tenemos al de Augusto, todo amor, y al de la hija de Horacio. Ambos se alían con él en su aventura interior y le ayudan a aceptar la muerte de Celeste y a transformar tanto dolor en un final del libro de una belleza deslumbrante.

¿Dónde esté la línea que separa el más allá? Virgilio y sus compañeros de viaje les llevarán de la mano para explorar esa zona indefinida y movediza.

Teresa Buzo Salas tiene el gran talento de sabe hilar las palabras y ponerlas en boca de sus personajes para llevarnos donde quiere. Lo hace escondida, con discreción, para que no veamos al autor que hay detrás de esas palabras, y eso le da el sello inconfundible que tienen los grandes.

Antonio Tocornal

Nació en San Fernando (Cádiz) el día del libro de 1964. Cursó estudios de Bellas Artes en Sevilla y tras una larga estancia en París, se instaló definitivamente en la isla de Mallorca.

Comenzó a escribir en 2010. No lo hizo antes porque, según él mismo explica, estuvo ocupado leyendo durante unos cuarenta años y porque quizás tampoco tenía mucho que contar.

Es autor de la novela «La ley de los similares», publicada por editorial Dauro en 2013. La ley de los similares es, entre otras cosas, una radiografía clarividente de la generación que creció durante la transición española; un drama agridulce con personajes cercanos, espiados en su intimidad, y relatada con grandes dosis de ironía y de humor. Una novela inteligente que despliega la rara habilidad de provocar en el lector la más profunda de las reflexiones y rubricarla con una sonora carcajada.

Antonio Tocornal ha participado en diferentes certámenes literarios en donde ha conseguido obtener los siguientes premios:

2015: II Premio “Antonio Reyes Huertas” de relato corto. Campanario, Badajoz (Tercer premio); IV Convocatoria del “Concurso de Relatos del Bistró”. Madrid. (Finalista); XX Premio de relatos cortos “Ciudad de Palos”, Palos de la Frontera. (Segundo premio); IX Certámen de narrativa “Hoguera Plaza Maisonnave” de S. Joan d’Alacant. (Primer premio).

2014: XIV certamen de Tanatocuentos organizado por la revista Adiós. (Ganador).

Muchos de sus relatos se pueden leer en su blog literario: http://antoniotocornal.com/