Desde el campo de la óptica, los ejemplos más notables de este fenómeno lumínico de la fluorescencia ocurren cuando la luz absorbida se encuentra dentro del rango ultravioleta UV (4-400 nm) del espectro electromagnético, que es invisible al ojo humano, y la luz emitida lo hace en la región visible (400-750 nm). En la naturaleza existen organismos que utilizan la quimioluminiscencia, un tipo de fluorescencia, bien para atraer alimento o pareja, o para alejar a los depredadores. Y el hombre por su parte ha encontrado numerosas aplicaciones en ella, utilizando sustancias naturales y sintéticas con esa propiedad, que van desde la simple decoración fluorescente hasta empleos en diferentes ciencias: geología, química analítica, medicina, bioquímica, gemología, ciencias forenses o mineralogía.

Fluorescencia, Monardes e ‘Historia Medicinal’

Pues bien, este fenómeno tal actual para nosotros ya fue detectado a mediados del siglo XVI por nuestro aplicado médico renacentista sevillano, quien realizó una de las primeras observaciones y descripciones de una infusión, lignum nephriticum (del latín, “madera renal”), procedente de una madera traída de Méjico conocida como “palo dulce” con un peculiar color azul brillante (fluorescencia). Es la que aparece citada en su Historia Medicinal de 1565, y hoy sabemos que el causante de dicho fenómeno fluorescente es la matlalina (de Matlali, palabra azteca que significa “azul”), un compuesto cuya estructura química y síntesis no se obtuvo hasta 2009, tratándose del producto de oxidación de uno de los flavonoides que se encuentran en dicha madera. A propósito del libro, donde recoge hasta ochenta y cuatro (84) descripciones de plantas con sus respectivas propiedades y aplicaciones, el médico flamenco Charles de l’Escluse, apodado de Carolus Clusius, lo tradujo al latín junto a muchas otras de sus obras, lo que posibilitó una gran difusión en toda Europa, situando al sevillano en la cúspide del reconocimiento médico, social e internacional de la época. Su obra, en poco más de cien años, llegó a ser publicada en seis idiomas, a lo largo de cuarenta y dos ediciones; unos números infrecuentes, por altos, en aquellos tiempos y para estos temas.

Doble enriquecimiento

Una profusión editorial que le enriqueció profesionalmente pues aumentó su ya bien cimentado prestigio internacional; recordar que Monardes en sus obras, como médico y botánico, proponía estudiar y experimentar con los productos y medicinas llegados del Nuevo Mundo, a fin de aprovechar sus propiedades farmacológicas, realizando además una comparativa con los ya existentes en Europa. Pero dicho enriquecimiento no solo fue en el terreno profesional, también en el económico pues llegó a vender los derechos de la segunda edición por 400 000 maravedíes, una auténtica fortuna en la época, y es que, no en vano, su contribución a la farmacognosia fue más que relevante. No ya por la forma de presentar los resultados de sus investigaciones, interesándose sobre todo por la aplicación terapéutica, al describir el producto, la manera de prepararlo, de administrarlo y sus usos curativos. Sino porque llegó a crear medicamentos especializados, es decir, preparaciones farmacéuticas en fórmulas magistrales, presentadas en el mercado y destinadas al consumidor, tal y como fue su jarabe de zarzaparrilla. Otra forma de enriquecerse que, para más inri, no fue la última.

Leyenda negra profesional

No. Estos asuntos comerciales le permitieron vivir con comodidad e invertir en otros de los que nuestro hombre sacó grandes beneficios. Monardes -a pesar de que nunca estuvo en América, no hay constancia de ningún viaje suyo ni aparece en ningún listado de pasajeros-, estaba al tanto de las extraordinarias propiedades (culinarias, salutíferas, placenteras) de los productos de ultramar. La información le llegaba a través de los pasajeros de las Indias, médicos que habían ejercido en aquellas tierras, funcionarios coloniales, soldados de fortuna, comerciantes, frailes o marineros que retornaban al Puerto de Sevilla. Y vio su oportunidad y, de alguna manera, con ella un aspecto negativo que constituiría la leyenda negra de su biografía profesional, los claroscuros que el comentaba al principio. Emprendió diversos negocios mercantiles, unos con éxito y otros no, cultivando diversas plantas americanas en su propio huerto y, en especial, los relacionados con el comercio: traía grana o cochinilla, para la elaboración de tintes de color carmín, cueros, productos medicinales y, sobre todo, esclavos.

Lo que no deja de sorprender pues en una de sus primeras obras critica el uso de plantas exóticas en la medicina, argumentando que, con el traslado y manipulación de las mismas, no se conservaban las propiedades originales. Lo que en principio puede que no ande falto de lógica y razón, así como tampoco en el hecho de que cambiara de opinión con el tiempo, gracias a los descubrimientos que realizó sobre las mismas y que le hizo que ahora defenderlas a ultranza. Un cambio al que no habría nada que objetar si, este giro ¿copernicano? de 180º, se hubiera debido a un cambio de actitud científica y no, como parece estar demostrado, a los enormes beneficios económicos que le reportó la venta de plantas americanas.

‘Historia Medicinal’ y EEAH

Por cierto, a escasos cinco minutos a pie de donde el azulejo jardinero, se encuentra la Escuela de Estudios Hispano-Americanos EEAH del CSIC, en la calle Alfonso XII 16 (41002), cuya biblioteca dispone de tres ejemplares de la obra principal de Monardes en diferentes ediciones, recuerdo una de 1574; cuatrocientos cincuenta años la contemplan. (Continuará)

Catedrático de Física y Química jubilado. Autor del blog 'Enroque de Ciencia' (carlosroquesanchez@gmail.com)