Ya le hablé en la primera entrega del jardín de plantas traídas de América que nuestro médico, junto a su casa, tenía en la vecina calle Sierpes; una información que tenemos muy a mano y más la vista pues así reza en la placa de la fachada de su número 9, flanqueada a su izquierda por un conocido y más que secular establecimiento relojero y, por la derecha, por una barreduela que atiende al nombre de calle Azofaifo. Por cierto, y por si no volvemos sobre ella en esta entrega, vaya por delante que el azofaifo es un árbol frutal de origen asiático, con hoja caduca y ramas llenas de espinas de nombre científico Ziziphus jujuba. Muy probablemente, cerca de él, Nicolás María Monardes Alfaro (1508-1588) llevaría a cabo sus implantes y experimentos botánicos y farmacológicos y daría forma literaria a buena parte de sus escritos al respecto.

Placa de Sierpes

El texto del azulejo reza así: “En este lugar estuvo situado el jardin botánico medicinal de Nicolas Monardes Alfaro (1493-1588) sevillano universal e introductor de la materia médica americana en Europa. El Excmo. Ayuntamiento acordó la colocación de esta cerámica en el IV centenario de su muerte. Sevilla, 10 octubre 1988” (sic). Y del que le destacó un par de detalles. Uno ortográfico, lo redactado es copia fiel del texto azulejero; otro cronológico, el reconocimiento se colocó en el cuadringentésimo (400.º) aniversario del fallecimiento del científico sevillano del siglo XVI, una cifra “redonda”, así como la de la rotulación de la calle Monardes que se hizo en el bicentésimo octogésimo (280.º) aniversario del mismo. Dicho queda. Lo que no tengo que decirle es que del jardín botánico ya no existe ni rastro, no al menos en Sevilla ciudad poco dada a recordar determinados episodios de su propia historia; pero sí, mire usted por donde, resulta que tenemos dónde ver una reproducción de la casa y el jardín: sólo que hay que viajar a la pérfida Albión y visitar el Museo de Ciencia de Londres. Y aquí Sevilla, donde habite el olvido, que nos dejaron escrito otros dos sevillanos de pro, Bécquer y Cernuda.

Jardín botánico

Un pequeño huerto, situado en la parte trasera de su casa de la calle Sierpes, pero de importancia crucial en la historia de la medicina, donde Monardes sembró semillas de plantas tanto autóctonas como traídas desde los muelles del puerto, donde llegaban los galeones procedentes de las Indias. No hay duda que, desde el primer momento, el sevillano tuvo conciencia del extraordinario interés medicinal de los productos que llegaban del Nuevo Mundo. De modo que allí las herborizó, aclimató y estudió, experimentando con especies que eran absolutamente desconocidas en Europa y, gracias a él, los europeos se familiarizaron con frutos de tanta trascendencia posterior en nuestra alimentación. Me refiero a la piña tropical, el cacahuete, el maíz, la batata, la coca (de la que dijo que proporcionaba fuerza y actividad en los indios pero que creaba dependencia), la zarzaparrilla, el guayacán (del que dijo que servía para el tratamiento de la temida sífilis), el mechoacán o el bálsamo del Perú.

En diversos escritos hay también alusiones directas al cultivo en su jardín de especies como el cardo santo, la cebadilla, el ricino, la jalapa, el sasafrás, la pimienta, el copal, la canela de Indias, el tabaco, etcétera. De muchas de ellas hace las primeras descripciones que se conocen en Europa, y de otras completa las ya existentes pero que estaban desarrolladas de forma incorrecta, como es el caso de los cítricos. Sorprende sin embargo que no llegara ni siquiera a cultivar el tomate, del que se dice por otro lado que entró en Sevilla a escondidas lo que deja de ser bastante curioso, y no está nada claro que investigara sobre los efectos de la quina, como aparece escrito. De lo que no hay duda alguna es que su huerto y azotea fueron los primeros lugares del viejo mundo donde se vieron, por primera vez, muchos de estos cultivos, entre ellos la patata; por cierto, ¿cómo se dice patata o papa? ¿de qué escuela es usted?

Monardes y el tabaco

Y un pajarito que suele sobrevolar por mis hombros mientras escribo, me recuerda otras plantas que el naturalista aclimató y estudió en su huerto-jardín-laboratorio sevillano como el ruibarbo, el látex, el bálsamo de Tolú y, claro, el tabaco. Del que bien podríamos decir que fue su debilidad, ya que vio en esta planta la auténtica panacea médica, el lenitivo universal, el medicamento total capaz de curar: artritis, males de pecho, mal aliento, jaqueca, lombrices intestinales, asma, dolor de estómago, dolor de muelas, etcétera. De hecho, tanto llegó a confiar en él, que fabricaba píldoras de tabaco para que las tomara cualquier enfermo y para cualquier dolencia, incluidas las dadas por incurables. Sí, Monardes, sólo tenía alabanzas para sus propiedades curativas, que hoy sabemos son inexistentes, pero hay que tener en cuenta que, por aquellos entonces, no se conocía la nicotina y sus consecuencias; qué podía saber él desde su jardín sevillano. (Continuará)

Catedrático de Física y Química jubilado. Autor del blog 'Enroque de Ciencia' (carlosroquesanchez@gmail.com)