(Continuación) Las aportaciones cualitativas y cuantitativas de Isaac Newton deslumbraron a la comunidad científica de su época, y la importancia filosófica de su obra es del todo extraordinaria pues, no en vano, la forma en la que el ser humano abordó la naturaleza durante el siglo XVIII y XIX, y en parte seguimos haciendo en el XXI, es una consecuencia directa de sus descubrimientos. Sin duda estamos ante el científico más grande de todos los tiempos y su obra es uno de los cúlmenes de la ciencia. De hecho, el matemático y físico Joseph Louis Lagrange (1736-1813) dijo de él: “Newton fue el más grande genio que ha existido y también el más afortunado, dado que solo se puede encontrar una vez un sistema que rija el mundo”.

Por lo que llama la atención el escaso reconocimiento callejero de la ciudad de Sevilla hacia la grandeza del científico, uno solo en realidad, una calle en la popular Expo ’92 de la Cartuja rotulada en su honor a finales del siglo XX; como quien dice casi tres siglos y medio después de su nacimiento, ver para creer, tratándose del genial Newton y sus fundamentales aportaciones en diferentes campos del saber científico. Pero no solo de ciencias escribió don Isaac, en la década de los años treinta del siglo pasado salieron a la luz numerosos manuscritos suyos dedicados, no a temas tan científicos como el cálculo infinitesimal, las leyes de la mecánica, la gravedad o la luz, sino a otros aparentemente tan poco científicos como la alquimia, la cábala, la teología natural o la interpretación de textos bíblicos ¿Qué me dice del que está considerado como el hombre más influyente de la humanidad?

Prontuario protocientífico: Alquimia

Etimológicamente la palabra alquimia procede del árabe al-khīmiya’, y podría estar formada por el artículo al– y la palabra griega khumeia que significa “echar juntos”, “soldar”, “alear”; y de ella la palabra árabe kīmiyaˀ, sin el artículo, dio lugar a química en castellano. Con alquimia designamos a un antiguo conjunto de prácticas protocientíficas que abarcaba campos tan variados y dispares comola metalurgia, la física, la astronomía, la medicina, la química, el misticismo, la filosofía, el espiritualismo, la astrología, la semiótica y alguna que otra de las artes. Practicada al menos desde el primer tercio del siglo IV (~330), además de buscar la archi nombrada fabricación de oro, estaba también interesada en: la naturaleza del movimiento; la composición de las aguas; la formación, crecimiento y descomposición de la materia; y la conexión espiritual entre los cuerpos y los espíritus.

Nada de lo que hoy pueda interesar, al menos desde su perspectiva, pero que resultaba de lo más fascinante para los científicos del siglo XVII, entre los que era corriente el estudio de la alquimia para la investigación de la naturaleza de la materia. Y entre ellos nuestro homenajeado de hoy, Isaac Newton (1643-1727) y, por qué no, el filósofo natural, químico, físico e inventor anglo-irlandés Robert Boyle (1627-1691), otro impenitente alquimista que con su libro El químico escéptico (1661) le quitó entre otras cosas la -al, pasando a llamarse desde entonces y de manera oficial, química. Boyle fue colega de Newton en la Royal Society y a usted su apellido seguro que le sonará de los tiempos escolares por alguna que otra ley de los gases y como gran precursor de la química moderna que fue.

Prontuario protocientífico: Alquimia newtoniana

Probablemente el primer contacto de Newton con la alquimia le vino en Cambridge y, entre otros, de la mano de quien fue su profesor Isaac Barrow, una actividad sin duda secreta pues sabemos que en aquella época ya era ilegal su práctica. De hecho Newton firmó sus trabajos como Jeova Sanctus Unus, de entrada un anagrama de su nombre latinizado, Isaacus Neuutonus, y quizás también un lema anti-trinitario, “Jehová único santo”, de lo más curioso considerando que él estudió en el Trinity College, no le digo más. Se estima que pudo escribir más de un millón de palabras sobre este tema y para 1669 tenía redactados dos trabajos, Theatrum Chemicum y The Vegetation of Metals; por cierto, es el mismo año en el que recibió la plaza de profesor lucasiano que había dejado libre I. Barrow. ‘Un hombre puede imaginar cosas que son falsas, pero sólo puede entender cosas que son ciertas’.

En 1692 escribió otros dos ensayos del que destaca De Natura Acidorum donde estudia la acción química de los ácidos a través de la fuerza atractiva de sus moléculas, una aproximación mecánica, cómo no, a la química. Dónde irá el buey, que no are. A finales de siglo concluyó lo que es su escrito alquímico más extenso, Index Chemicus, (100 pp.), que destaca por su organización y sistematización, y que había iniciado en 1680, extenso en espacio y tiempo. Ya a comienzos del siglo XVIII escribió Ripley Expounded, una traducción de Tabula Smaragdina, y el más importante de todos sus textos alquímicos, Praxis, un conjunto de notas sobre Triomphe Hermétique de Didier, libro francés cuya única traducción es ésta de Newton. (Continuará)

Catedrático de Física y Química jubilado. Autor del blog 'Enroque de Ciencia' (carlosroquesanchez@gmail.com)