Con su trazado recto es en realidad un tramo de la casi trikilométrica carretera de Su Eminencia, por lo que se trata de una importante vía de circunvalación entre los sectores este y sur de la periferia urbana, estando sus 654 m de longitud comprendidos entre las calles 8 de marzo y Estrecho de Magallanes al este de la ciudad, allá en la barriada de La Plata (41006). Fue rotulada en 1968, estamos pues de celebración de su quincuagésimo quinto (55.º) aniversario, en memoria del polifacético ingeniero murciano Juan de la Cierva (1895-1936) cuyo invento del autogiro está considerado como un precursor del helicóptero.

Infancia, adolescencia y «El Cangrejo»

Ya desde muy pequeño el joven Juanito dio muestras de ser un voraz lector de cualquier libro sobre inventos y tener una especial predilección por la aviación, por el arte de volar, que le llevaba a construir junto a sus amigos distintos modelos de avión con papel, varillas ligeras y gomas retorcidas a modo de hélices. En 1910 presencia la primera exhibición aérea en Barcelona y al año siguiente, con dieciséis años, construyó un biplano -junto a sus amigos José Barcala y Pablo Díaz, hijo de un carpintero-, al que apodaron “El Cangrejo”, no me pregunte la razón que la ignoro. Lo que sí se sabe es que su denominación oficial fue BCD-1, pues los jóvenes habían fundado la sociedad B.C.D. (siglas que se correspondían a las iniciales de sus tres apellidos, ¿por orden alfabético?, que fue pionera en el desarrollo aeronáutico en España. Era su primer modelo, y aunque el aparato se elevó, con un piloto y un pasajero a bordo, por desgracia acabó estrellándose lo que provocó que las familias de los jóvenes dejaran de subvencionar aquellos “descabellados” inventos. Hablamos de 1912, tenía diecisiete años.

Juventud, ingeniería y el autogiro Cierva C1 (1920)

En Madrid se hizo ingeniero de Caminos, Canales y Puertos -su abuelo materno fue el destacado ingeniero de Montes, ecologista y esperantista cartagenero conocido como el ‘apóstol del árbol’, Ricardo Codorníu y Stárico (1846-1923)-, pero se especializó en construcción aeronáutica y como piloto aviador. Dedicado desde 1916 al diseño y construcción de aviones y planeadores de ala fija, por circunstancia que no hacen al caso dio un giro a sus investigaciones y se dedicó a proyectar un nuevo tipo de aeronave, una con alas giratorias que en su opinión serían más seguras y al que llamaría autogiro. Ni que decirle tengo que de la Cierva nunca ejerció como ingeniero de caminos, y ya en 1920 había construido la aeronave que lo haría famoso, el primer autogiro al que llamó Cierva C1, que constaba de un fuselaje, ruedas y el estabilizador vertical de un monoplano francés, sobre el que montó dos rotores de cuatro palas. Ahí radicaba la diferencia entre ambas aeronaves, mientras que el avión tenía las alas fijadas al fuselaje, el autogiro las tenía fijadas a un rotor.

Autogiros Cierva C2, C3 y C4 (1922)

Un prototipo, el CI, que no obstante nunca llegó a volar pues el rotor inferior giraba a menos velocidad de la prevista y necesaria, y el efecto giroscópico junto a la asimetría de la sustentación hicieron volcar el aparato. Dificultades parecidas tuvieron los otros dos modelos que le siguieron y que tampoco volaron, el C2 y el C3, en los que la pala que avanzaba y la que retrocedía giraban a menos velocidad de la necesaria y suficiente. La solución al problema de la sustentación del rotor llegó con la construcción del prototipo C4 en 1922, en el que de la Cierva incorporó una revolucionaria idea, la de articular las palas del rotor en su raíz; de esa forma eliminaba la causa del fracaso de los primeros prototipos, la fijación rígida de los rotores al cubo central, consiguiendo la fuerza de sustentación necesaria para elevar la máquina. Aunque los primeros intentos con el C4 fueron infructuosos, los ensayos realizados en el túnel de viento de circuito cerrado del aeródromo de Cuatro Vientos de Madrid, por aquel entonces el mejor de Europa, aportaron la solución.

Primeros vuelos con el C4 y C5 (1923)

Y el 9 de enero de 1923 se probaba con éxito el nuevo aparato en el aeródromo de Getafe, un primer vuelo que en realidad deberíamos llamar “salto”, uno de 183 m pero que sirvió para demostrar la validez de su idea científica-técnica para volar. Fue algo parecido a lo que le ocurre a Supermán, ‘El Hombre de Acero’, que no vuela, sino que pega grandes saltos, impulsos supermánicos que crean esa falsa ilusión, pero no, no vuela, aunque esa es una historia que habrá contar en otra ocasión. Volviendo al murciano, y a finales de ese mismo mes, el C4 lograba recorrer unos 4 km, en más o menos 4 min, dentro del circuito cerrado del aeródromo de Cuatro Vientos y hacerlo a unos 30 m de altura, eso sí era volar; y en julio de ese mismo año, con el mismo motor pero instalado en un prototipo C5 conseguía llegar hasta Getafe, estamos pues de centenario. A partir de ese momento, de la Cierva, que había financiado a sus expensas todos sus intentos, contó con una subvención del gobierno español.

Otros vuelos con el C6 (1924)

En este año el capitán Loriga, considerado uno de los mejores pilotos del momento, realizaba entre el 9 y el 12 de diciembre tres vuelos a bordo del autogiro consiguiendo permanecer en el aire más de ocho minutos, subir a cerca de doscientos metros de altura en Cuatro Vientos y hacer entre dicho aeródromo y el de Getafe, el primer viaje aéreo de una máquina para volar distinta al aeroplano. Él fue también el encargado de hacer una demostración del nuevo autogiro ante el Rey Alfonso XIII, y en el artículo ‘El primer viaje del autogiro’, publicado en la revista Madrid Científico de 1924, de la Cierva describía esta hazaña no solo como un éxito deportivo, sino como otra confirmación empírica, y mucho más completa que todas las anteriores, de las cualidades previstas. (Continuará)

Catedrático de Física y Química jubilado. Autor del blog 'Enroque de Ciencia' (carlosroquesanchez@gmail.com)