Piedra que llora. José Ángel Ríos

Al final de la calle San Laureano, entre Torneo y Plaza de Armas, se encuentra la famosa piedra que llora de Sevilla. Este poyete, que aparentemente pasa desapercibido, contiene una historia de lo más curiosa, que se encuentra explicada en una lápida a modo de homenaje por parte del Ayuntamiento en 2008.

La historia de esta piedra la cuenta el twittero, José Ángel Ríos (@joseangelrios92), en un completo hilo de Twitter donde ofrece todos los detalles acerca de la misteriosa historia que envuelve a esta estructura de piedra.

En el año 1857, bajo el reinado de Isabel II y el gobierno de Narváez, tuvo lugar un levantamiento protagonizado por jóvenes liberales de Sevilla. Encabezados por el coronel Joaquín Serra y dirigidos por Cayetano Morales y Manuel Caro, marcharon hacia Ronda el 29 de junio. En su camino, cometieron actos violentos en Arahal y otros pueblos. Sin embargo, en Benaoján, fueron interceptados por las tropas de los regimientos de Albuera y Alcántara.

Las tropas abrieron fuego y causaron la muerte de 25 de ellos en el primer enfrentamiento, apresando a los supervivientes. El resultado de este episodio llevó a la destitución del gobernador y del capitán general. Desde Madrid, Narváez envió a un mariscal llamado Manuel Lassala y Solera, con plenos poderes civiles y militares. Este comisionado no dudó en ordenar la ejecución de los 82 detenidos que se encontraban presos en el cuartel de San Laureano.

Ejecución de los prisioneros

La mañana del 11 de julio, los condenados fueron llevados desde San Laureano a la Plaza de Armas del Campo de Marte para ser fusilados. La ciudad de Sevilla, conocida por sus espectáculos públicos, se reunió en las afueras de la Puerta de Triana para observar la ejecución. A pesar de la asistencia de sacerdotes y hermanos de la Caridad para brindar consuelo a los jóvenes condenados, estos no lograban asimilar que serían fusilados por los soldados.

El alcalde de ese entonces, García de Vinuesa, llegó al lugar junto con dos alguaciles, en un último intento por salvar a los condenados. Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano. El sonido de los tambores se mezcló con el estallido de la descarga del piquete de ejecución. Abatido y derrotado, García de Vinuesa se retiró hacia la Puerta Real, encontró una piedra y se sentó en ella. Un hombre de autoridad, el alcalde de esa ciudad implacable, rompió en llanto. Sobre esa piedra, lamentó la muerte de los sevillanos fusilados.

Hoy en día, esta piedra y una lápida conmemorativa se ubican entre la Puerta Real y San Laureano, como recordatorio de aquel trágico evento en la historia de Sevilla.