Matthew Goode y Vanessa Kirby (The Crown) / Jason Bell/Netflix

Virilidad apasionada frente a misterio intrincado. Foster Wallace enterró el secreto del Tennis -la vida- entre esas dos columnas. Una experiencia religiosa en unas pocas cien páginas que son la única respuesta filosófica a la mejor guerra enmarcada en un absurdo pasatiempo.

Al poco del suicidio de Wallace, DT Max glosó su figura con un título demoledor: Todas las historias de amor son historias de fantasmas. Sólo con el título se apuntala un poco más la realidad, pues puede ser cierto que todo es blanco y negro y el amor da color a los extraños que juegan bajo el techo de la oscuridad mientras la ciudad, a sus pies, despierta en la noche con sus luces.

Quizás abrumado por el éxito o por el cansancio, Richard Ford decide echar el freno y glosar la historia de sus padres. Entre ellos es un tratado de instrucciones sobre la vida. Ford dibuja a sus padres como dos extraños que vivían en un sitio, en la carretera y en todas partes. Amigos y cómplices; Edna tenía las balas, Parker las botas puestas y los dos jugaban a ponerse en camino de ser aquello que querían ser aún a riesgo de que una parte de ellos se fuera para, a cambio, crecer el uno en el otro. Dos extraños en la carretera jugando a romperse como las olas, que solo se rompen una vez.

Dolerá admitirlo, pero no hay que disculpar el atrevimiento: Russell Crowe me resulta el peor actor vivo, y a la vez es el actor vivo rey del universo, con permiso de Anthony Hopkins. Esto se debe a ‘Un buen año’. En ese metraje se bebe con los ojos a Marion Cotillard y no se preocupa más que de ser él mismo: no sobreactuar, beber vino, comer bien y dejar que la chica guapa te arrastre la cara por el barro, porque a eso vinimos: a venerar reinas de patrias interiores.

No es su mejor película, pero a Woody Allen hay que agradecerle que en ‘Cafe Society’ presente a una Kristen Stewart de mirada rota, como si estuviera viendo a hombres bailar con la muerte y el suspiro se le fuera sin remedio. En un momento determinado, el personaje de Stewart define a Joan Crawford como ‘una mujer increíble, intergaláctica’ para acabar concluyendo que debe ser aburrido ser de otro planeta entre gente normal. Si Stewart dice todo con esa misma mirada, un iluso podría tomar por blanco el color coral. En esa escena surge la constatación de que el amor está en los más ínfimos detalles. En los ojos que hablan sin necesidad de palabras.

Ser uno mismo exige unos gastos de energía personal muy considerables, cuando uno aspira a no deteriorarse interiormente. Para cuando Gil de Biedma concluyó esto, Antony Armstrong-Jones ya estaba deteriorado interiormente.

Detestando siempre la idea del matrimonio, el fotógrafo galés vivió junto a Margaret Windsor una historia a camino entre la realidad y un cuento de Fitzgerald en el que una pareja de hermosos y malditos se ahogan entre copas, jazz, infidelidades, amor -entre tanto- y odios porque se condenaron a amarse haciéndose daño. Puestos a elegir, la princesa y el galés son mis fantasmas favoritos. A Jones se le apodó como el noble rebelde.

Él, remero de Cambridge, espigado y con aire entre caballero de la Jarretera y falangista de café, copa y puro de late hour. Ella, una Helena de Troya sin reino y descalza; ambos haciendo realidad aquello que cantaba Sabina: un par de ciegos jugando a hacerse daño.

A pesar de todo, el amor no es tan sucio sin vino ni tan feo sin rosas. Y todo termina por consistir en una sucesión vidas pasadas de fantasmas que amaron antes que todos nosotros, condensados los modos de todos en un preciso instante en el que la ciudad queda a los pies.

Entonces, surge un pacto entre dos y la eternidad que se firma en los ojos. Nada de daño, nada de pensar de más y el ritmo que lo pongan los días y la vida. Y el hombre entonces queda rendido, valiendo lo que su palabra vale porque no hubo caballeros que rompieran promesas yendo cruzados como Laurence Olivier.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...