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Allí fue. Si, mientras nos abrigábamos del sol y del viento a los pies de las dunas de Artola, en Cabopino. Mirando al mar. Jugando con el frío del agua y riendo ante la posibilidad de dejarme batir por las olas pero nunca sumergirme.

El mar tiene ese algo de veneno que se asemeja a los ojos de una mujer: se puede ser capaz de estar horas sin apartar la mirada del mar, se puede estar horas sin demostrar el suficiente arrojo para aguantar la mirada a una mujer. En esa estaba debatiéndome mientras apuraba las últimas páginas de Vientos de cuaresma, esa mágica novela de Leonardo Padura de la que se disfruta hasta el pasar página.

Se acercó con modales que sorprendían y mirando se quedó mientras me observaba pasar páginas luchando contra el viento. Y es que si, un lector en una playa venteada es un marinero izando velas que bailan con el viento para ir a favor de la fantasía y la imaginación. Mi yo de adentro que me vuelve la cara a veces siendo el Mario Conde de las novelas de Padura. Aquél longevo amigo se paró como un poste de espaldas al mar y con un inglés españolizado -por mor de los años largos en España- me dijo «Beg you pardon, are your sunglasses for sale?´´. Por un momento pensé si reirme o espetarle un no seco.

No me quedó mas remedio que levantarme y explicarle entre risas que no. A veces, los obejtos no son solo objetos, sencillamente por lo que significan para nosotros. Mis gafas de sol son únicamente unas gafas de sol para cualquiera pero para mí no. De pequeño recuerdo las tardes de domingo junto a mi abuelo jugando a ser miles de personajes distintos. De todos me quedé con algo. Aquél James Dean de mirada melancólica de Al este del Edén, el humo espeso de los cigarrillos de Humphrey Bogart. La belleza indiscutible de Katharine Hepburn, o aquel James Stewart que inventó el pijama como prenda de gala. De todos hubo uno que sobresalió por el detalle de las gafas de sol: Steve Mcqueen. Desde tierna edad tuve claro que algún día tendría esas gafas, y mis Persol 649 se hicieron esperar, pero nada como los placeres que se demoran, que se saborean mejor.

Aquél desconocido entendió rápido el cariño que tengo por esa pieza artesanal que uso mucho con máximo cuidado y se despidió recomendándome la biografía de las hermanas Bronthe, cosa que me sorprendió gratamente. Hasta ese momento solo había escuchado esa expresión de disculpa, «beg you pardon´´, por boca de Joan Crawford. Caí en ese momento en la importancia de los modales y de conocer la procedencia de las maneras que hacen a mujeres y hombres. En ocasiones el absurdo se mezcla con el mal hacer y nos regala acciones de los gobernantes que vuelan tras cortinas de humo pero que vienen a ser cuchillos que se clavan en un alma por construir.

Quitar de un plumazo la asignatura de Literatura Universal es tan infinitamente cruel que supone estancar la evolución hacia la madurez de análisis crítico de quienes viene tras de nosotros. Vivimos en una época en la parece ser que lo único valido es la estimulación de la imaginación a través de grandes ejemplos actuales y, sincermente, Zuckerberg, Jobs, Bezos, Gates, solo hay uno por cada. No más. Querer ser más, aprender a ser mejor, solo es posible leyendo a los grandes clásicos. Con cariño siempre recuerdo a aquella profesora de lengua de mi instituto que siempre me suspendía.

Pilar Fernández me descubrió a Aleixandre y Gil de Biedma. Me abrió las puertas de una de las mejores novelas escritas en castellano, como es Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos. Recuerdo como en aquellas clases descubría su fascinación por Jane Eyre o nos impresionaba con el impacto que supuso en su tiempo una novela como Nada, de Carmen Laforet. Con el tiempo -y con mi madre- fui descubriendo a arquitectos de la descripción como Scott Fitzgerald o Hemingway. Lo cierto es que Hermosos y malditos y Por quién doblan las campanas marcaron mi vida de forma crucial, como las lágrimas marcan el alma. Llegué incluso hasta Brett Easton Ellis, un magnífico relator de aquella generación de yupis de los 80-90 que debería ser lectura obligatoria solo por la bestialidad de sus descripciones.

Cierto es que se debe educar a nuestros futuros sucesores en la cultura de la búsqueda de la felicidad, pero la felicidad no es machacarse la cabeza esperando que caiga una idea. La felicidad se encuentra leyendo todo aquello que en estos días el gobierno ha decidido que es mejor adelantar o dejar para otro momento. En la piel de toro, todo, todo, todo funciona así: vuelva usted mañana, mejor en otro momento, ahora no toca, ya veremos, es que…

El gobierno no ha tenido ni la deferencia de entonar un «beg you pardon´´ como mi amigo inglés que buscaba que le vendiera mis gafas de sol. Directamente el gobierno se ha quedado en una mesa tirando los papeles al aire a esperar resultados de una brillante medida. ¿De verdad se quedarán sentados esperando que los jóvenes descubran a gigantes de la literatura? ¿En serio? Tiempo ha que Hemingway debería ser lectura obligatoria en España. Hace años que nuestros pequeños deberían haber leído Tiempo de silencio o haberse quedado prendados con Patricia Highsmith. Pero no, es mejor dejarles con carita como esperando la felicidad que solo les va dar la Coca Cola, y es que al paso que vamos, los gobernantes -tanto de un signo como otro- jamás pondrán las condiciones idóneas para una búsqueda de la felicidad que se base en caídas y recuperaciones con una sonrisa. Una sonrisa que solo es posible encontrar en las páginas de un libro. Y allí me quedé, mirando al mar, con el humo y escuchando canciones de Fleetwood mac mientras leía. Y el mar me traía el retorno de la voz de Padura, como queriendo decir, Aquí estoy y vengo de Cuba.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...