Vuelve la caja y el pito de caña, las noches de comparsas, cena y chirigotas. Que es febrero dicen y ya se nos echa encima el colorete. Carnaval de mi vida, de la joya más preciada que dejó las olas.

Pablo Rodríguez. Ha crecido el rumor y ya es certero. Lo dicen estos muros de letras que repican en la radio, milagro que nos lleva a Cádiz, que nos brinda Cádiz más allá de las puertas de tierra. Y van los sevillanos del príncipe Aragón a la bienvenida caradura de Jesús, tirando del elastiquillo del disfraz más comparsista, máscara deforme y bella de una ciudad en crisis, Cádiz, que sabe que el mejor disfraz para sus males es mostrarlos tal y como son.

Más allá del cuplé y el pasodoble, me quedo con la ciudad desnuda que se echa a la calle disfrazada para señalar sus cicatrices. Ciencia exacta del gaditano que nunca terminó de aprender Sevilla. Ellos tienen la sal, la caradura, ponen la belleza del tanguillo al servicio de lo justo; nosotros perdimos los pitos de Manolín, las murgas antiguas de la Alameda y nos dedicamos al delicado arte de urdir sombras en torno a los EREs.

Pero hay esperanza. La teoría carnavalista de Cádiz enamora a Sevilla. Y suena febrero desde el Falla, y le descubro a la ciudad un cosquilleo, un picor invisible que le invita a la sonrisa; una marca de honor, un resto de orgullo marinero que llega de Bonanza. Carnavaleros de la risa y la espera, sevillanos del viento y un pellizco de ciudad en las solapas cuando suena la radio, que es la ciudad su escudo y su afán más guerrero.

Pasión de poesías del aire y de suspiros por tangos. Hace años que nos rompe el requiebro, este juego de aprehenderte de lejos sin vernos. Dime, Cádiz, qué es lo que Sevilla siente. ¿Es amor que todo lo contiene o tan sólo un beso de taberna en los puertos?  Y, mientras, que ruede febrero; que la trimilenaria nos tenga en vilo con su sed de justicia, a ver si de una vez por todas aprendemos la lección más bella de la ciudad entre las olas.

www.SevillaActualidad.com