francis-segura-15-de-abril

Cuando aquel adinerado vivía en la ciudad, en una casona en pleno centro, de las de empinada escalera y zaguán de mármoles, añoraba una casa en el campo, donde sus mastines correr pudieran a lo ancho de sus posesiones.

Tuvo el cortijo el dandy aquel, y pronto se le hicieron mordazas las alambradas que lindaban con los vecinos. Quiso más, y fue vendiendo ilusiones hasta que se dio cuenta que no era posible llegar a la satisfacción plena. Y murió desalmado y desarmado y desahuciado.

Parece una leyenda pero es la verdad. Sinceramente comprendí hace mucho tiempo que la felicidad no puede cifrarse en una posesión material, en una titularidad inmobiliaria, en un lugar de residencia. Perder el apego a lo material, sin despreciarlo como legado de tu propia historia, permitiría a los hombres y mujeres de hoy despegar más alto. No hace mucho me puse en situación: si hubiera de partir a un lugar lejano, y allí no tuviera más espacio que una pequeña habitación, ¿sería capaz de reducir al extremo mi equipaje para llevar la carga justa del pasado como utillaje y ajuar para el futuro?

Me acordaba de los presos, de los frailes, de los camareros de temporada. Dejar todo atrás, por un tiempo o para siempre, y comenzar de nuevo, no ya con tan pocas cosas, sino con una nueva medida del almacenar. La ascética no es sólo cosa de místicos y santos. Creo que nos iría mucho mejor si fuéramos capaces de responder al impulso de comprar y de tener mirando más allá de nuestro futuro. Yo, que ya había aprendido algo por mi cuenta, estoy recibiendo buena enseñanza sobre el desapego de lo material. Para seguir caminando hay que saber reubicar lo antiguo, y encontrar en lo nuevo la limitada satisfacción que aporta algo que no puedes llevarte contigo tras de la muerte.

Sí, lo confieso, me estoy poniendo demasiado trascendental. Demasiado poco mundano, muy lejos de aquel que nunca encontró su casa perfecta y estuvo toda la vida mudándose. Ahora me he venido a vivir a las afueras. Es como un adosadito, pero en lo alto de un bloque de pisos. Tengo jardín, luz, azotea, espacio, blancura…y todo lo que no he descubierto todavía. Aquí hay un silencio en medio de la ciudad que me parece maravilloso. Pían los pájaros y los coches, a lo lejos, parecen ráfagas de viento, porque lo son. Puede que deje de ver a la gente con la que me encontraba cada día, pero este barrio está lleno de nuevas posibilidades.

Me he venido con lo justo, con lo puesto. Dejo atrás miles de libros, cientos de cuadros, cuadernos, papeles…pero estoy aquí, vivo y respirando. No me pesa el pasado, pasado pisado. No me da miedo el futuro, aunque la inseguridad pueda vencerme a veces. «¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de inventar algo nuevo», dijo el genial Van Gogh, que murió (según les parece a algunos), fracasado e incomprendido. ¿Hubiera muerto igual temiendo ver el día en el que todos aparentaran comprender su obra? Muchas veces nos pegamos un tiro a nosotros mismos porque apagamos las ascuas de un futuro para que no brillen más que la cerilla que tenemos en la mano.

A la rueda hoy los que han mantenido encendido el fósforo de su presente teniendo la leña de un futuro delante de sus ojos…y no han querido encenderla para que brille más. A la rueda los que, como he hecho yo ahora, se han planteado virar el timón y hacer lo que jamás se habían planteado que harían. El mundo es de los valientes, de los Van Gogh que son capaces de pegarse un tiro pero que antes han creado un mundo de ilusión. El mundo es vuestro. El mundo es rigurosamente nuestro.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...