Ayer tuve un sueño en el que al fin se conocía lo que pensaba mi país. Atrás se quedaban encuestas manipuladas y cambiantes y tertulianos moralizantes sembradores de confusión.
Experimenté así que al 28% de los votantes no les importaba la corrupción institucionalizada ni que le recortasen los derechos sociales; vi que al 22% les traía sin cuidado el otro lado de la corrupción y la aparición de estrellas políticas antiguas atrapadas en puertas giratorias que nos decían lo que hay o no hay que pensar; detecté que al 20% le daba igual lo que ocurría en Venezuela, no veía que tuviese relación alguna con los problemas de España, ni pensaba que defender los derechos de los ciudadanos fuese populista; observé que el 14% se despreocupaba de que su voto de cambio pudiese suponer precisamente el apoyo al que había que cambiar, ni que aunque le hablasen muy bien, prestasen atención a que las propuestas laborales que le contaban fuesen a disminuir sus días de indemnización por despido. Sentí que conocer esos datos no me hacía mal, sino bien. Unas elecciones son el psicoanálisis de la sociedad, y si en un individuo es fundamental conocerse a sí mismo con la mayor seguridad posible, el resultado del voto de la población daba esa seguridad a nivel de España. Decía adiós a las encuestas, daba la bienvenida a los datos oficiales.
En el sueño también vi algo extraordinario. El fin de las mayorías absolutas no se percibió como algo malo, ingobernable, sino como todo lo contrario, la oportunidad de que cada parte pudiese alcanzar alguno de sus objetivos fundamentales mediante pactos y sin rodillos. Se analizaron los resultados por personas que de verdad tenían algo que decir, algo que aportar de manera constructiva. Se detectó que casi el 80% de los catalanes habían votado por opciones que como mínimo estaban a favor de que se les preguntase por la independencia, y en aras de no seguir arrastrando un conflicto innecesario a la siguiente generación, se decidió actuar políticamente y escuchar lo que tenían que decir. Porque dejar solucionado ese asunto se convirtió en un asunto de Estado, fundamental para poder avanzar en lo realmente importante. Se hicieron los cambios constitucionales necesarios, se votó, se conoció lo que realmente pensaba esa parte de España de manera oficial, sin encuestas, sin sondeos, y dimos la bienvenida a un nuevo orden constitucional, esta vez sin la rémora del “ya se votó en el 78”, que dejaba fuera a tantísimos ciudadanos que por edad no habían podido participar de esa fiesta.
Ayer tuve un sueño en el que no hubo que repetir elecciones, en el que entendí que esos porcentajes anteriores representaban a España, me gustase o no, y que negar esos resultados, vistos desde el punto de vista de cualquiera de sus protagonistas suponía una rémora para afrontar las soluciones. Ayer tuve un sueño en que acepté que mis malos son los buenos de otros, al igual que mis buenos son los malos de los demás. Ayer tuve un sueño en el que entendí que en la diversidad está nuestra fuerza, y que nadie tenía derecho a poner verde a la ideología de cualquier otro. Ayer tuve un sueño en el que un superhéroe cibernético viajaba a través de las redes sociales repartiendo unos polvos mágicos que hacían a cada usuario pensarse dos veces la descalificación que su irracionalidad tenía pensada dirigir hacia el bando opuesto de pensamiento.
Ayer tuve un sueño, en definitiva, en el que el ser humano aprendía a actuar de manera lógica en sociedad. Hoy me he despertado, y aún aquí, entre las sábanas, me da miedo levantarme, pues no quiero comprobar que tan sólo fue un sueño. Me volveré a dormir, por si acaso.