Si existe un momento en el año en que la economía y el cristianismo vayan de la mano, ése es sin duda la Navidad, sólo hay que darse un paseo por el centro histórico para darse cuenta.

Pero si atendemos a lo que nos ha enseñado la historia de cada uno de estos “sectores”, lo lógico habría sido pensar que ambos fuesen por caminos distintos, e incluso contrarios.

Según las escrituras, hace tiempo Jesús se enfadó bastante en el mercado, atacó a sus puestos, a los vendedores y usureros que en él tenían su actividad, y llegó a decir más o menos que habían pervertido el lugar de rezo, culto y reflexión de los judíos al mezclar de manera tan descarada los asuntos del dinero con los asuntos de Dios. Es uno de los episodios que cualquiera que haya estudiado en un colegio religioso puede recordar.

Por otro lado, desde todos los sectores, tanto el social, como el político como por supuesto el económico, nos recuerdan la necesidad imperiosa que tenemos de consumir para salvar a nuestro país de las garras de la recesión, como haciéndonos cargar con una losa encima de nuestras espaldas para que consigan mantenerse, un día más, las cifras macroeconómicas que todas las mañanas inician su recorrido en la bolsa, el Ibex35, el Dow Jones, la EPA, el INE y todas esas cifras, estadísticas y juegos de azar permitidos a las grandes fortunas y que afectan tan negativamente al devenir de los ciudadanos y al de las pequeñas empresas.

Los mensajes desde los diferentes medios de comunicación invitan a comprar por encima de nuestras posibilidades, a no dejar escapar la oportunidad de esa oferta, de aquel descuento, de éste preciso momento navideño. A no ignorar que nuestro papel como ‘Homo consumidoris’ resulta vital, y que es la única razón indispensable para la que hemos sido creados. Cualquiera que ponga la televisión, la radio o eche un vistazo a algún periódico puede experimentar esa sensación de presión.

Ese discurso único consigue establecer en la sociedad la necesidad del consumo sobre todas las cosas, de manera que la mayoría de círculos cercanos al individuo no harán más que ceder a esos mensajes, aceptar lo inevitable y seguir motivando al paseante en cuestión a que se gaste el dinero. ¿Serás capaz de no comprar nada en Navidad? ¿Acaso las luces de las calles te parecen poco atractivas? ¿Es que la música de Jingle Bells sonando a todas horas no te mueve a rascarte el bolsillo y comprar ése producto inservible?

En nuestros días, el mercado ha vuelto a colonizar sin ningún género de dudas el lugar y momento teórico de reflexión de los creyentes, y ellos han dejado pasar por el aro a toda la maquinaria consumista que durante estos días se despliega sobre nosotros, dibujándonos un impactante panorama de compradores compulsivos, vendedores desesperados y mendigos en las puertas de las tiendas, una imagen que de ser tan habitual ha logrado pasar desapercibida a nuestros ojos.

Lo que en su día parece que hizo enfurecer a su divinidad hoy ha sido aceptado, promovido y ejercido por sus fieles de tal manera que se podría empezar a pensar en si es lógico que para celebrar el nacimiento de un niño pobre hace más de dos mil años, tengamos que envolver a nuestros hijos, familiares y amigos de riqueza, con infinidad de regalos que probablemente nunca llegarán a usar. ¿Seguro que era ésta la forma en la que Él habría querido que celebrásemos su cumpleaños?

Biólogo de formación con filósofa deformación, escritor, autor de la novela 'La soledad del escribido' y del blog 'Mi Mundo Descalzo', ha sido infectado por dos moscas ciertamente peligrosas: una,...