Suena el despertador pero no te despierta, pues ya lo estabas, no has pegado ojo en toda la noche, dándole vueltas a algo, acostumbrado a otro horario, habituado a otras ocupaciones, pero en fin, al menos te levantas. Comienza tu día, aunque aún es de noche.

Estás nervioso, es el primero tras las vacaciones. Lo piensas más detenidamente y no son nervios. Reflexionas sobre tus sentimientos. Te duchas, desayunas algo rápido y sales de casa. Coges el coche, enfilas la circunvalación, y tras un buen atasco, el que ya habías olvidado que encontrabas todos los días, llegas al trabajo. Vas pasando por oficinas y despachos en los que ves a gente seria, sentada, callada, aparentemente concentrada ante la pantalla, ante un trabajo que parecería de vital importancia, de seguridad nacional, el familiar ruido constante de teclas presionadas sonando. Piensas en si alguno de ellos creerá aún que son imprescindibles.

Das los buenos días, hablas un poco de las vacaciones, de las tuyas y las de los demás. Preguntas afablemente, intentando dibujar una sonrisa a esa hora de la mañana en la que lo único que te apetecería sería gritar silencio. Quieres que pase rápido ese momento, quieres que sea un trámite, esperas sentarte pronto en el ordenador y que transcurra cuanto antes el primer día del retorno laboral.

Abres el correo, entras en las carpetas que dejaste a tu partida, y que continúan igual que como estaban. Ves las llamadas perdidas de personas que durante todo este tiempo de ausencia quisieron contactar contigo, y que ahora debes contestar. Miras por la ventana que tienes al lado y piensas en que llevas demasiado tiempo haciendo lo mismo, y que corres el riesgo de convertirte en un robot, si es que no lo eres ya. Piensas en que te quedan once meses para volver a sentirte libre y hacer lo que de verdad te gusta. Piensas que no te puedes quejar, que al menos tienes trabajo. Piensas que ese trabajo está acabando contigo. Piensas que puedes dar mucho más, que eres mucho más creativo, que tienes ideas, que no quieres envejecer así, que quieres producir algo nuevo, algo que no te ordene nadie.

Vas comenzando a entender cuál era el sentimiento que se creaba en tu interior cuando te levantaste, el mismo que se ha ido asentando durante tus vacaciones. Sí, ha llegado el momento de tomar las riendas de tu vida, de hacer lo que te gusta, y lo vas a empezar a poner en marcha ahora. Tu vuelta al trabajo será tu último día en ese trabajo y el comienzo de algo que te ilusione. Te levantas dispuesto a dar el paso, decidido a ser feliz, a romper con la monotonía, y te diriges al despacho de tu jefe. De hoy no pasa.

Buenos días jefe Peláez.

Buenos días Fulanito, ¿qué tal esas vacaciones?

Bien, aquí de vuelta — miras a un lado y a otro, transcurren más segundos de la cuenta pensando en qué decir y cómo hacerlo — bueno, era sólo para saludar. Que tenga buen día, señor.

Hasta luego Fulanito.

Vuelves a tu asiento. Otro día será.

Biólogo de formación con filósofa deformación, escritor, autor de la novela 'La soledad del escribido' y del blog 'Mi Mundo Descalzo', ha sido infectado por dos moscas ciertamente peligrosas: una,...