Con la cercanía de la americanada por excelencia, o lo que es lo mismo, Halloween, el Gobierno parece empeñado en que contemos para tal efeméride con un muerto viviente más, pero este sin disfraz.

La Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), la que debería ser un neonato, resulta que ha nacido muerta, o en el mejor de los casos, ha venido a este mundo para directamente morir.

Pero aunque cuente con carta de defunción, ni las 700 puñaladas en forma de enmiendas parciales ni los 11 disparos como enmiendas totales han evitado que su absurda existencia se extienda en el tiempo y dé quebraderos de cabeza a una ya de por sí castigada por los recortes comunidad educativa.

Castigada e ignorada. Pues sus movilizaciones desde que en 2012 se publicara el primer borrador de la ‘Ley Wert’ no han hecho más que acrecentar las diferencias con un Ejecutivo que parece gobernar a base de capricho amparándose en su mayoría parlamentaria. No sean cobardes, Señorías, y bajen de sus escaños a escuchar las miles de voces de esa a la que consideran una minoría vociferante a la que tanto les gusta desoír.

En nuestra joven democracia contamos, incluyendo a la LOMCE, con siete diferentes leyes educativas, una cada casi 5 años. Esto es simplemente una vergüenza. Un reforma educativa no debe ser algo político, sino que debe concebirse como algo extremadamente social, como un pilar básico del país que queremos ser y de los ciudadanos que queremos que en él habiten. Una base sólida que cuente con un amplio consenso sobre la que proyectar un sistema en el que sus habitantes sean un agente activo de la construcción de un país más productivo, más cívico y que sea sostenible en tiempo y forma.

Esta es la muestra de la importancia que le da nuestra clase política a la Educación como herramienta de futuro: ninguna. Se afanan en pelearse por reconocer o no a la Religión como una asignatura más, por separar o juntar a los niños según su sexo, por discutir sobre la enseñanza de las lenguas cooficiales y por establecer en las aulas la dictadura de la homogeneidad de pensamiento. Siempre es lo mismo, es el rendimiento ideológico al pensamiento oficial imperante en el momento histórico en el que se legisla.

Es evidente que nuestra Educación tiene un importante sesgo político y consecuencia de esta absurda lucha por imponer un modelo ideológico frente a fomentar la calidad educativa tiene directamente sus consecuencias en exámenes como el de competencias básicas de la población adulta, donde España ocupa los bochornosos últimos puestos en lectura y matemáticas.

¿Tan difícil sería reunir a nuestros políticos para lograr un pacto de Estado sobre la Educación?

Miro a Finlandia y no puedo sentir más que envidia al ver cómo funciona su sistema educativo, al descubrir cómo se aborda la Educación como un tema de Estado, independientemente del sesgo de su Gobierno, apostando por una enseñanza pública de calidad. Eso es lo que se debe esperar de una Educación.

Escuchando a la joven Malala en foros internacionales defender con pasión el derecho de todos los niños y niñas a la Educación, hago mía sus protesta. Porque, afortunadamente, no tratamos con los taliban, pero el fundamentalismo y la intransigencia es algo de lo que no escapamos en ningún país.

www.SevillaActualidad.com