visglerio-29-noviembre-2016

Dijo Simón Bolívar, hace ya casi doscientos años, que “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder.

El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía”; yo añadiría, además, que con el paso del tiempo se engendra también la corrupción.

Por eso no es bueno que los mandatos de los políticos se alarguen tanto, y mucho menos que se hagan vitalicios; aunque este tipo de gobernantes, tras la reciente muerte de Fidel Castro, están pasando a ser anécdotas de la historia. Lo normal no es que la historia sea la encargada de juzgar a los gobernantes una vez desaparecidos, como anhelaba Fidel para ser absuelto por ella, lo normal es que sean los gobernados los que tengan el derecho y la libertad para juzgarlos con su voto y marcar así su paso por la historia.

En las democracias es lo que suele ocurrir casi siempre. Digo casi siempre porque, aquí en nuestro propio país, es desconcertante ver como el electorado vota, una y otra vez, a determinados líderes políticos ya sean alcaldes o presidentes, a pesar de todos los pesares y desmanes, y legitima en muchas ocasiones comportamientos nada edificantes para una sociedad democrática; aunque al final, y esa es la grandeza de la democracia, más tarde o más temprano, acaban pagando sus pecados.

Lo paradójico en todo esto, es que los protagonistas de la política parece que no escarmientan, seguramente porque los cautiva el poder, los alienta la vanidad y los deslumbra el culto a su amor propio. Cuando esto ocurre aparece inevitablemente la corrupción; no por el ejercicio del poder, sino por el miedo a perder el placer de ejercerlo.

Siempre me pregunté, antes de que Rita Barberá cayera en el ostracismo de los propios y en el acoso de los ajenos, por qué no dejó el poder después de tantos años de gobierno y perseveró en mantenerlo a toda costa y a cualquier precio poniendo en juego su trayectoria política.

Parece claro que en política hay que saber irse a tiempo; probablemente no serán muchos los que recuerden los méritos del que se fue pronto, porque la política, a la larga, es olvidadiza y desagradecida, pero siempre dejará mejor recuerdo que aquellos que se mantuvieron en el poder a toda costa y de cualquier manera porque, desde el poder, son muy pocos los que alcanzan la gloria.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...