manuel-visglerio 22 de noviembre 2016

Hemos llegado a la Luna; varios artefactos ideados por el hombre han recorrido nuestro sistema solar hasta llegar a Plutón y siguen surcando la Vía Láctea; incluso alguna sonda espacial se ha acercado al Sol, pasando por Venus y Mercurio, hasta, finalmente, derretirse como las alas de Ícaro. El último proyecto interplanetario no es menos ambicioso: para el año 2026 se está preparando un viaje para que el ser humano ponga su pie en Marte. Los avances tecnológicos, en las últimas décadas, han sido y son impresionantes.

Quién nos iba a decir, hace veinticinco años, que casi todos tendríamos a nuestro alcance un teléfono móvil que no sólo nos permitiría hablar desde cualquier lugar, sino que, además, una voz cibernética saldría de él y nos llevaría, mientras conducimos nuestro coche, a la mismísima puerta de un restaurante, de un cine o de la dirección que le pidamos de viva voz.

Hemos conseguido, afortunadamente, curar muchas enfermedades y muchos tipos de cáncer; hemos logrado que, mediante la fecundación ‘in vitro’, nazcan niños de parejas estériles, o que mediante selección genética un niño nazca sin un gen maligno y pueda donar médula a un hermano enfermo. Hasta hemos conseguido regalar y alargar la vida de miles de personas gracias a los trasplantes y a las donaciones de órganos.

Somos afortunados por lograr que fructifiquen plantas mediante los invernaderos y el riego por goteo en muchos lugares de Andalucía, antes improductivos; o que brote algodón, maíz o arroz, drenando las tierras salitrosas de las marismas del Bajo Guadalquivir, donde antes no crecían nada más que matojos.

Se han potenciado las energías alternativas, solar y eólica, para luchar contra el cambio climático, subvencionando su implantación; el agua caliente que usamos en nuestras casas procede de paneles solares que ya son obligatorios; se bonifica la compra de vehículos con bajas emisiones y nos obligan a pasar la ITV, entre otras razones, para comprobar que los viejos motores no contaminan con el humo negro de los tubos de escape nuestros cielos. Fabricamos pellet para la calefacción con los residuos de las podas o con los huesos de las aceitunas.

Esto último lo hacemos porque nos preocupa el Medio Ambiente, aunque aquí en Andalucía, especialmente en el Bajo Guadalquivir y en muchos lugares de la provincia de Sevilla, ese Medio más que un sustantivo parece un adjetivo porque da la impresión de que preocupa sólo a la mitad o al menos a una parte, la de los sufridos ciudadanos que padecen algunos atentados contra el Medio Ambiente que se cometen con el consentimiento y la venia de las autoridades locales, autonómicas y centrales.

Me refiero, como algunos de ustedes intuirán, a la quema indiscriminada de rastrojos que a finales del verano y en otoño, se lleva a cabo en algunos campos, no en todos como es lógico porque no es justo generalizar, y que año tras año hacen irrespirables nuestras calles cubriéndolas de humo y cenizas; y que para nuestro mal siguen haciéndolo, impunemente, año tras año.

Llegados a este punto, yo me pregunto: ¿Antes de llegar a Marte no sería posible buscar una forma de eliminar los rastrojos sin prenderles fuego? ¿No se puede ayudar a los agricultores subvencionando la retirada de los desechos agrícolas como se hace con la industria del automóvil o con las eléctricas? ¿No es posible sancionar a quien prende fuego al campo a la vista de todos menos de las autoridades que no quieren verlo?

Al final, todo se arreglará si existe voluntad política; si los políticos afrontan el problema como un asunto de salud pública y dejan de jugar con la vida de personas con graves trastornos respiratorios. Para que ocurra tendremos que presionar todos.

Qué ganas tengo de que, alguna vez, abran los telediarios hablando de nuestras cosas como han abierto alarmados durante una semana, por los niveles de contaminación del aire de Madrid, haciendo de su problema un problema de todos. A ver si comienzan un día, como si fuéramos madrileños, con esta noticia de alcance: “Hoy, para los sevillanos de muchos pueblos de la provincia, la contaminación ha dejado de ser un problema porque las autoridades han decidido actuar contra la quema de rastrojos y acabar así con los malos humos”.

Ya va siendo hora de que dejen de ahumarnos como si fuéramos un salmón o una salchicha. Aunque algunos se empeñen ya hace tiempo que dejamos atrás la copa de cisco y el humo de los tizones.

 

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...