mercedes-serrato-7-8-17

El ser humano, por definición y naturaleza, es egoísta. Lo es como lo soy yo ahora, que me encamino a dejarme caer en un trozo de arena esperando no tener que pensar más allá que en qué voy a comer cada día y en que el mar no esté muy picado para poderme bañar. El egoísmo permite centrarse en aquello que nos reporta bienestar de algún modo.

Es por eso, que mi lado egoísta, me pide no pensar, no darle vueltas a las cosas, no polemizar, ni discutir, ni ser cínica o sarcástica… Pero no puedo, ya saben aquello de los animales que jamás se desprenden de las manchas de su piel.

Recientemente, en medios de todo tipo y alcance, estoy viendo protestas vecinales del entorno del CAM (Centro de Acogida Municipal) pidiendo que este recurso se traslade, pues su ubicación, sus normas y la población a la que atiende es sumamente molesta.

Para quien no ande muy puesto, se trata del tradicionalmente conocido como «albergue» y se encuentra en este emplazamiento desde 1985, tiempo que me parece mucho, probablemente porque es el mismo que yo llevo en el mundo.

Las personas sin hogar resultan molestas; decir lo contrario es hipócrita, aunque por supuesto es incorrecto, injusto y sancionable. Pero no solamente nos resultan molestas cuando nos piden dinero tras aparcar el coche o cuando estás tomando una cerveza; también nos molesta que duerman en el cajero donde queremos sacar dinero o que ocupen espacios que nos gusta ver estéticamente libres. No nos gusta verlas por ahí, es un hecho. A veces creo que el malestar radica en que personifican eso que podríamos ser si todo fallara. Si nos vinieran mal dadas, si se rompiera nuestra estabilidad, nuestro entorno familiar y amistoso, si nuestro propio cerebro nos abandonara dejándonos sin capacidad para tomar decisiones adecuadas, seríamos lo mismo que tanto rechazo nos causa.

El CAM, por muchos motivos, como la convivencia, la eliminación de adicciones o la promoción de hábitos de vida normalizados, tiene una normativa razonablemente adecuada. No se puede acceder al centro en estado de embriaguez, además de tener un sistema de sanciones a este respecto. Eso propicia que a veces, por este y otros motivos, en la puerta del recurso haya personas que si bien molestan al vecindario, tienen normas que cumplir, del mismo modo que tienen derecho a permanecer en la vía pública.

Desconocemos en gran medida el trabajo que se hace con las personas sin hogar. Yo lo afirmo con más vergüenza que nadie, pues incluso en la carrera de Trabajo Social tiene un papel tan secundario que se reduce a un tema dentro de una asignatura, llegando al punto de que rara vez entra en examen.

Además de eso, me había interesado por algunos proyectos y programas, siempre desde el ámbito voluntario y asociativo, escasamente conocía las implicaciones de los poderes públicos en la cuestión.

El azar laboral quiso, sabrá el karma por qué, que conociera más esta realidad, y la principal sorpresa que me he llevado es que se trabaja en esto de forma incansable, aunque no siempre los recursos y las políticas ayuden a ello.

Existen equipos de trabajo de calle y de emergencias, trabajadoras sociales, educadores, profesionales de la psicología… A veces me pregunto si ese trabajo está bien pagado, máxime cuando es escaso el porcentaje de personal funcionario, pues subcontratar ya sabemos que está a la orden del día.

Lo que poca gente imagina es cuanto hacen. Cómo se establecen rutas, acompañamientos, itinerarios de intervención; cuántas horas se intenta que personas, que no siempre quieren ser ayudadas, pero que no por ello merecen el ostracismo social, regulen su documentación, acudan al médico, accedan a los recursos…

Las personas en situación de calle, aunque nos parezcan anónimas, borrosas o difusas, tienen nombre. Para quienes nos cruzamos un instante, no lo tienen, pero quienes trabajan a diario con ellas, lo tienen, hasta el punto de que se registra todo lo que se sabe, se realizan seguimientos y se les buscan cuando no aparecen por lugares o recursos habituales.

Por supuesto, también se cuenta con mucho trabajo por parte de otras entidades, cada vez más coordinadas en el esfuerzo de combatir el sinhogarismo.

Jamás pensé que se dirigieran tantos esfuerzos humanos a esta población, aunque obviamente tengo mis opiniones sobre la implicación que los poderes públicos tienen en este sentido. Las personas sin hogar también resultan molestas a niveles políticos, más aún si tienen la mala costumbre de fallecer en la calle. En ese momento la prensa se vuelca con un problema que cotidianamente no interesa, y la opinión general es que eso ha ocurrido porque nadie hizo nada nunca, sin saber ni querer conocer cuánto trabajo hay tras cada caso.

Tampoco los medios hablan ni hablarán de las vidas de los profesionales de este sector. Como se cabrean, frustran y empeñan en hacerlo todo de la mejor manera. Como a veces cuesta conciliar el sueño cuando llueve, o cuando quedan demasiados asuntos sin resolver.

El vecindario del entorno del CAM se queja, claro, pero pedir que quiten de allí el centro… No sé, es que estas cosas me escaman, porque hubo una vez un hombre que quiso alejar a la gente que no le gustaba y acabó pensando que el gas era la mejor opción en estos casos…

La gente que nos resulta molesta, por más que nos pese, sigue teniendo derecho a vivir, aunque a veces sea en condiciones muy alejadas de lo que consideramos normal.

Y ahora, que termino un ciclo, una vez más, yo también conozco muchos nombres de esa gente anónima que tan molesta es, y que sé que en mayor o menor medida, reciben atención.

Sólo me pesa que mi jefe no me dejara responder al vecindario indignado, aunque conociéndome, lo mismo ha sido eso lo mejor y más prudente

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...