mercedes-serrato-21-noviembre-2016-

Hay vergüenzas literarias patrias que sólo se le confiesan a una persona extranjera, y más de una vez he recibido una de estas confesiones; «No soporto a Tolstoi», «Jamás leí Rayuela», «Nunca terminé un libro de García Márquez».

Gente que en su país natal se tragaría la lengua antes de repetir esas frases que expulsaban a modo de liberación lejos de sus fronteras y a alguien de otro país.

La de Tolstoi fue la confesión de un petersburgués en la recepción de un museo bordelés. Yo, que siempre intento buscar cuestiones comunes, le acababa de referir que había leído Ana Karenina con avidez, y que había pasado un tortuoso verano luchando contra las inacabables páginas de Guerra y Paz, hasta que por agotamiento, terminé una historia que me dejó igual al final que a su comienzo.

El ruso se reía, recordando como en el colegio les obligaban a lidiar con ese libro, que realmente nunca había leído entero, supongo que del mismo modo que aquí la gente busca en portales de apuntes resúmenes del Quijote para salir del paso en trabajos y exámenes sobre la inmortal obra de Cervantes.

Sin embargo, no siempre es todo tan negativo, por lo general estas personas te acaban recomendando otros libros, en ocasiones con autorías más desconocidas, una demostración de que el pensamiento colectivo es uno y luego cada cabra tira a su monte.

El petersburgués me recomendó encarecidamente su clásico nacional favorito, Crimen y Castigo, del célebre Fiodor Dostoyevski; archiconocida novela de la literatura universal, que como tantas otras, yo no había leído. Anoté la recomendación en algún lugar de mi cerebro y la vida siguió, con otros libros y otros derroteros literarios.

Por cuestiones absolutamente azarosas, hace unos meses emprendí la aventura de internarme en el clásico ruso. Cuando iba a empezarlo, recordé la recomendación hecha hacía años en el Sur de Francia, por lo que me animé pensando que iba a leer algo bueno de verdad.

Yo no sé si soy muy ignorante, muy cateta, o si no me ha cogido en un momento propicio, pero no recuerdo haber deseado tanto en mi vida que un protagonista se suicide y acabe con la novela…

Entiendo que en su tiempo pudo ser sumamente interesante. Se pretende hacer un sesudo análisis filosófico y psicológico, un mapeo de una sociedad que pretendía cambiar, incorporando nuevas concepciones en un entorno religioso y costumbrista. De igual manera, pone en cuestión la vida, la muerte, la legitimidad… Cuestiones interesantes que se podían haber resuelto en diez páginas de síntesis sociológica prescindiendo de una historia tortuosamente lenta que me ha machacado durante muchas noches en que me quedaba dormida en el intento de llegar al final de la novela. Eso no se le puede negar desde luego, de los mejores somníferos que he probado…

Ahora tengo ganas de localizar al ruso, para hacerle un análisis erudito, algo del tipo: «Un mojón para Dostoyevski y otro para ti…»

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...