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Vestido de Susana Díaz, Cascana hacía antología de sus chirigotas de los últimos años, cantando un estribillo que un juez retorcido podría considerar como enaltecimiento o apología de un delito contra la salud pública.

Yo pensaba en grabar aquello, publicarlo en una plataforma divulgativa donde colaboro, pero realmente decidí dejarlo, no es que nos fueran a meter en la cárcel, o sí… Parece que ya no se sabe por donde podrían venir los problemas.

Un rato antes, una callejera maravillosa con sus componentes vestidos de monaguillos, con pompa y pamplina, sacaban una reliquia que podríamos decir que recordaba a una muy célebre de Rasputín; en el caso ruso recuerdo haber leído que había demasiados miembros viriles de este señor, seguramente ninguno era verdadero…

Y un rato antes de eso, la mínima expresión de una chirigota lucía en su tipo una virgen que podría ser la de la polémica oración del consistorio barcelonés, pues en ese órgano propiamente femenino estaba enmarcado el icono.

Todas estas cosas me hacían pensar que aquello en Cádiz no sólo era normal, era lógico, imprescindible, era el Carnaval Chiquito, ese reducto callejero de la gente que se niega a abandonar el tiempo de carnestolendas. Pero todo eso fuera de allí, sin el contexto de libertad, de comprensión, de lo que quiera que sea, es delictivo, problemático, censurable. ¿En serio quieren reconducir así nuestros problemas? ¿de verdad van a hacernos creer que una marioneta con una pancarta de diez centímetros grapada a un palo de polo debe ser nuestra principal preocupación? ¿tengo que dejar todos mis problemas a un lado porque hay una política en este país que no ve necesario que las universidades tengan capillas católicas?

De verdad que suena tan a locura que cuesta hasta razonarlo. Vivimos mil injusticias diarias, soportamos unas tasas de violencia simbólica que incendiarían los tratados de Bordieu, pero aquí estamos, llenando los días y las semanas con denuncias absurdas para que la justicia no tenga mucho tiempo de ocuparse de asuntos verdaderamente importantes, y de paso inculcamos a la ciudadanía que cualquier carajotada es digna de llevarse a los tribunales, si se tiene tiempo y dinero para ello. Si usted tiene un problema legal grave siéntese a esperar y encomiéndese a su deidad favorita, lo va a necesitar, sobre todo si el parné no acompaña, pero los abogados católicos (desconozco si hay mujeres en sus filas) y ese tipo de gente, son quienes pueden dedicar su tiempo a denunciar que les ofende que en Sevilla se pasee una vagina en parihuelas.

¿A cuento de qué? De algo precioso con lo que se le llena la boca a unas y a otros: el respeto. El respeto es una palabra pomposa y rotunda que hace que quien la pronuncia adecuadamente se sienta en una posesión de la verdad tan elevada que no admita ningún argumento más. Si no hay respeto ya no puede haber nada más… Lo peor es que esta última frase no sería mentira si no fuera porque quienes gozan de una extraña superioridad moral, se ven en el derecho, y casi en el deber, de establecer la línea del respeto, trazarla, delinearla, delimitarla, perfilarla, y borrarla si se terciara.

El respeto no es vivir sin hacer daño a los demás, el respeto por lo visto es vivir sin que nadie piense de un modo distinto al mío. Si manifiestas otra opinión, creencia o expresas alguna de estas de una forma que yo considero inadecuada, no hay más que hablar, falta de respeto, y a ponerlo todo en manos de esa señora que enseña carne, tiene una balancita y paradójicamente, los ojos vendados.

Los retazos de un coro cantaban cerca del Mercado Central. Eran letras con más o menos sarcasmo que glorificaban la buena vida, de orden, con el amor a la nación y las buenas costumbres ante todo. También eso era gracioso. También había gente exaltada coreando los «Viva España», igual que había visto a personas disfrutar con la sacrílega reliquia… No creo que ninguna postura sea más lícita que la otra. Tal vez por eso me guste tanto el carnaval gaditano; el pensamiento es tan fluido, tan líquido, que cualquiera puede encontrar acomodo para el suyo, sin preocuparse de más. Nadie habla de respeto, ni falta que hace, aquello, la más de las veces, es la cuna de la libertad, pero claro, no todo el mundo sería capaz de asumir ese concepto a nivel cotidiano. La libertad implicaría no imponer esos respetos relativos que tanto parecen gustar a ciertos sectores, y por ahí no van a pasar, estoy segura.

   

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...