La ojiva estaba abierta, y no era Martes Santo. Un rachear triste anunciaba el motivo de que tantos estuviéramos allí un jueves de Agosto.

Contaba la leyenda, o al menos así me la contaron a mí de niña, que por una apuesta lo retaron a comerse un lirio, y él lo hizo. Imagino que ganó la apuesta, y de paso un nombre cariñoso con el que ya por siempre le apelaron en la Puerta Carmona. Aunque lo dicho, esto me lo contaron hace mucho, y nunca constaté si era cierto, al fin y al cabo, forma parte de la magia de las leyendas.

No pertenecía a una de esas sagas de capataces que se pasan el martillo de padres a hijos, con todos los respetos a estas familias, no le hacía falta. Él consiguió realizar por muchos años el milagro de sacar el palio de los Desamparados por la angosta puerta ojival, milagro que un día, estando tranquilamente en casa con la tele puesta, pudimos ver en el programa Zapping de CANAL+ ¡El Lirio en la CNN! Y allí estaba, increíble pero cierto, con su voz rota y su perfil griego, mandando de forma firme para obrar la salida que siempre parece imposible.

Hay personas que siempre han estado ahí, que no tienes conciencia de cuando entraron en tu vida porque siempre formaron parte de ella; Manuel, el Lirio era de esos. Con su andar garboso, su voz profunda, ese aire de actor de cine antiguo que a mí se me antojaba tan parecido al Kirk Douglas de Espartaco, aunque otros veían en él a Victor Mature; siempre estuvo ahí, a veces con más frecuencia, a veces con menos, pero siempre ahí.

Hace ya unas semanas que su barrio lloró y sus hermanos nos despedimos de él; y a pesar de todo creo que aún no ha empezado lo más difícil. Ahora quedan Martes Santos, y días de Cuaresma, y cultos, y días anodinos por la tarde en que ya no nos lo vamos a cruzar más, que nadie con voz profunda pero cariñosa va a saludarte diciendo “¿Qué pasa Mersedita”?  Ignorando que hace ya tiempo quise que nadie me llamara por el diminutivo, pero quienes han estado ahí siempre no han sido capaces de quitarse la costumbre.

Y ahora su familia, sus amigos, su barrio, deberán acostumbrarse a la vida sin él, porque es ley de vida, aunque a veces no nos guste, aunque a veces las enfermedades sean crueles y el tiempo se agote demasiado pronto.

Descanse en paz, ojalá que nuestro Cristo que aquella tarde lloró por él, pueda dar consuelo a los suyos, y que nuestra Madre de los Desamparados, que en un cambio de papeles lo vio salir por la puerta ojival sin ella siguiéndolo,  lo tenga a su lado por siempre.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...