El sevillano es ese ser que lo critica todo, a veces podría llegarse a pensar que nada le gusta, y entonces, ahí lo ves, en el otro extremo del sevillano, presumiendo.

Lo pensé mil veces, y me doy la razón a mí misma, porque mi diálogo interior es un no parar. 

Durante años rancios hispalenses, que en casos concretos sienten orgullo de esta denominación que llevan a gala cual divisa de Miura, y personas de todo tipo han criticado las denominadas setas.  Yo sinceramente me he reído mucho de todo el proceso. Mi infancia son recuerdos de una madre conductora y un deprimente descampado en el centro de la ciudad donde ella aparcaba nuestro viejo R-18 con el beneplácito del Corte Inglés. Luego vino una infancia más tardía, que por curiosidades de la vida, transcurría cerca de ese originario huerto claro y limonero que Machado se quedó en el corazón. Volvía a casa en el 12, dando un breve respiro a mi madre conductora, y ese aparcamiento se extinguió para ser aparcamiento de autobuses, y yo transitaba por esa plaza desordenada, con las aceras pobladas de colas esperando subir a aquellos autobuses naranjas que según las leyendas urbanas, que supongo ciertas, partían de esa plaza y acababan finalmente en La Habana.

Y la plaza seguía su vida, con un mercado desterrado, con los feísimos soportales de la calle Imagen, con un lastimoso amasijo de incompetencia arquitectónica en la esquina de Puente y Pellón. Y finalmente, tras ver pasar los siglos y los alcaldes, al fin alguien le mete mano a esa plaza y decide hacer algo, ni bueno ni malo, algo; y una llega al convencimiento de que cualquier cosa mejorará lo que ya existe, y empiezas a reírte de las bizarras teorías del impacto visual y arquitectónico, de esas voces enardecidas que dicen que eso estropearía el entorno ¿qué entorno?

Y luego está evidentemente, la crisis, el culebrón de las maderas, la incompetencia municipal, la empresa SACYR y los presupuestos, no soy ajena a eso. Pero finalmente, se acaba, mejor o peor, la faraónica obra acaba, con algún puente de menos, con algún año de más… Y allí estaban todos, locos por salir en la foto, y ojo, que no hablo de los que pasean por el antiguo convento franciscano,  hablo del sevillanito de a pié que no quiso perderse nada…

Por supuesto, hay quien sigue cerrado en banda, preguntándose incluso que como va a pasar por allí  su hermandad… Total, pasa por delante de dos hamburgueserías horrendas y la gente paga por verlo, ahora nos vamos a escandalizar de la arquitectura contemporánea, lo que son las cosas.

Lo dicho, todo el mundo lo odiaba, pero he visto más fotos en faceboock estos días de las setas que de la gente tuneando su cara al estilo Pocoyó.

Y dentro de cincuenta años estará esto llenos de sevillanos orgullosos de sus setas, igual que al principio había quienes no querían el puente del Alamillo ni regalado. Lo dicho, criticar, aceptar y presumir, directrices de una vida hispalense.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...