Hace tres años, un joven mestizo y cubano se sentó en una esquina de Torneo y de allí no se volvió a mover. Era delgado, más bien escuálido, con el pelo rasta y barba de varios días. La esquina era la entrada de lo que antaño era una tienda, después un negocio vacío. En ese soportal hacía su vida: desayunaba, comía, pasaba los ratos y dormía. No molestaba a nadie, era amable y los vecinos, cuando podían, le ayudaban dándole mantas o comida.

Frente a la esquina hay un bar. De vez en cuando el cubano ayudaba a los camareros a poner las mesas o a recogerlas, otras se le veía ejerciendo como gorrilla. A veces te pedía un cigarrillo o lo veías hablando con los vecinos. Pasaban los meses y su rutina era más o menos la misma: aquella esquina era su mundo.

Un día, el propietario del negocio decidió tapiar la entrada, una decisión que indignó a los vecinos. Estaba claro que quería echarlo. Al día siguiente, aparecieron pintadas en el muro recriminando al dueño la decisión, aún están allí. El cubano tuvo que buscar un nuevo espacio para dormir. No se fue lejos, a pocos metros había un garaje. Allí, en la rampa de acceso se instaló.

Pasó un año cuando empezaron los problemas. El cubano empezó a beber, cada vez más. Era un chico tímido, introspectivo y esa combinación con el alcohol no debe ser buena. Era normal verlo sentado en el bordillo de la acera de la calle Torneo con la mirada perdida. A los vecinos se les encogía el corazón cuando se cruzaban con él, pero esa sensación se disipaba cuando cruzaban el umbral de sus casas o lo dejaban atrás.

Comenzó a hacer cosas raras, como a hablar solo. Lo hacía de día, pero también de noche, a altas horas de la madrugada. Los vecinos, claro, se despertaban y algunos incluso llamaban a la policía. Al día siguiente seguía allí, en su bordillo. Fue entonces cuando se pasó de la comprensión y la pena al enfado, e incluso al miedo. Dejaron de verlo como a un joven con problemas y comenzó a ser un peligro. Alguien a quien evitar.

Al año y medio, un día, sin más, desapareció. Nadie volvió a verlo. Unos decían que se había ido, otros que había pasado algo gordo y la policía se lo había llevado detenido. Debió ser lo segundo, porque pasado unos meses regresó con el pelo rapado. Eso quería decir, según la sabiduría popular de los residentes, que había estado en la cárcel.

El cubano no varió sus costumbres. Seguía sentado en su bordillo de la calle Torneo con la mirada perdida, daba vueltas por los alrededores hablando solo y seguía despertando a los vecinos por la noche con sus ruidos. A veces, pasaba una chica y este le piropeaba. Nada subido de tono, pero igualmente intimidatorio para la joven. Pasaron unos meses más hasta que volvió a desaparecer. Pero esta vez nadie hizo preguntas.

Esta es su historia, muy por encima, porque el sufrimiento y el horror que debe ser vivir en la calle solo puede contarlo él. En primera persona. Este es nuestro fracaso como sociedad, y también el principal argumento de los partidos de la ultra derecha para tener mano dura contra la inmigración ilegal. La otra, la que deja pasta, esa no se toca.

Quizás también te haya ocurrido que en esta época de extremos, algún amigo o familiar se haya radicalizado más de lo deseable. Cuando hablas con ellos sobre estos temas, uno de sus argumentos más recurrentes es el siguiente: ¿por qué no te los llevas a tu casa? A mí, personalmente, escuchar este sinsentido me desmonta, no puedo con tanta tontería.

Es la Administración quien tiene la responsabilidad, no los vecinos. Nadie puede evitar que los inmigrantes vengan a España, por mucho muro que se quiera levantar. El que vive en la miseria hará cualquier cosa para mejorar su situación. Y lo entiendo. Todos haríamos lo mismo.

Puestos a decir una obviedad, aquí va otra: No puedes decir que hay que ser empático y humano con quienes más lo necesitan, y después dejarlos tirados por las calles. Esa hipocresía nadie la entiende. De esa hipocresía se alimentan partidos como VOX.

Tengo más de 20 años de experiencia en medios de comunicación y 16 de ellos los he vivido en Madrid donde, además de comer bocadillos de calamares, he formado parte de las principales redacciones de...