González Sinde, De la Iglesia y Salgado ayer a su llegada al Teatro Real

A pesar de las sentencias agoreras de muchos escépticos, Internet es hoy día el tejido de experiencias de nuestra sociedad y la vía a través de la que canalizar buena parte del sentir humano, incluido el afán de protesta. La actualidad informativa ya no pasa por los dictados, generalmente interesados, de los medios de comunicación institucionalizados, sino que eclosiona con una incidencia global e inmediata en la red de nodos interrelacionados que compone Internet.

 

Jesús Benabat. Sin esta herramienta transversal y de oportunidades aún por desvelar, un fenómeno político internacional como el desatado por la filtración de documentos secretos de la embajada estadounidense por parte de Wikileaks, hubiese permanecido en el terreno de lo anecdótico o en círculos minoritarios del saber social. Nos enfrentamos a un nuevo modo de ejercer el poder y de oponerse a este, tal y como han demostrado las revoluciones democráticas escenificadas en Túnez y Egipto.

Ese elemento vertebrador de la discrepancia y la resistencia militante ha sido provisto por un aglutinador de voluntades que halla su razón de ser en un nuevo mundo, el virtual. Miles de personas comparten las razones de su disgusto, hasta ahora subyacentes, en una suerte de nueva ágora clásica en la que debatir, suscitar el diálogo, arrojar luz a asuntos intencionadamente obscuros; conjurarse, de alguna forma, en un movimiento de clamor unánime que arrumbe con las cadenas que oprimen a los que no tenían voz.

Internet dota al ciudadano de esa voz que, vinculada con el resto, elevan la protesta a los niveles de revolución. Los hechos acaecidos en Egipto no pueden entenderse sin la frenética actividad llevada a cabo en redes sociales como Facebook, al erigirse esta como un canal de comunicación público y libre de injerencias gubernamentales a través del que insuflar el ánimo requerido para llevar las críticas a sus últimas consecuencias. De hecho, las primeras medidas adoptadas por un régimen político temeroso de su propio pueblo fueron encaminadas a cerrar el acceso a Internet a la población y así intentar poner coto a un movimiento que, lejos de disolverse, arreciaría con mayor ímpetu.

Con demostraciones como esta, no nos resulta extraño el empecinamiento de buena parte de los gobiernos democráticos por legislar con carácter represivo la libertad en la red. Libertad para comunicarse y compartir información, contenidos y Cultura en una expresión de sentimiento comunitario como nunca antes lo habíamos vivido. El domingo a las puertas del Teatro Real en Madrid, cientos de usuarios-ciudadanos se manifestaron por esa libertad que les niega un ministerio con el absurdo sobrenombre de cultura, el cual, cegado por las presiones foráneas, es incapaz de vislumbrar en Internet el verdadero presente en el que estamos insertos.

Tal y como aseveraba el hasta hoy Presidente de la Academia de Cine, Alex de la Iglesia, en un discurso rotundo y a su vez conciliador en la gala de los Goya, «Internet es la salvación» de una industria condenada a su propia mutilación si persiste en su campaña de hostigamiento contra el público por el que su existencia cobra sentido. Los usuarios, al fin, no dejan de ser ciudadanos que merecen un respeto y voz en un debate necesario para el mundo del cine.

Los poderosos deben asumir que las reglas del juego han mutado con una rapidez imprevista. Ya no valen las habituales tácticas de represión o la manipulación consciente de las masas. La sociedad se ha unido al calor del mundo virtual y nada parece amenazar su determinación. Quizás debamos suscribir las palabras de De la Iglesia, quizás Internet sea nuestra salvación.

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