Aún estamos desgranando los últimos días de este año 2010, que como todo el mundo sabe, podríamos calificar con palabras tan aborreciblemente escuchadas como ‘crisis’, ‘malestar social’, ‘descontento político’… y ya se va difuminando ese recuerdo negativo al calor de la temporada navideña.

Jesús Benabat. Desde mediados de noviembre, cuando empezamos a ver las primeras luces navideñas por las calles, ese sentimiento de malestar empieza a ser sustituido por otros mucho más gratificantes. Y ya no nos interesa saber lo mal que va el país o lo mucho o poco que hayamos avanzado, ahora sólo queremos abrir nuestro paréntesis anual. Y es que, pase lo que pase, la navidad no deja de ser eso. Cuando llega, cuando se siente, todo lo malo se esfuma y los problemas cotidianos de la vida diaria, aunque no desaparecen, se difuminan como la nieve de un bucólico paisaje navideño o el vapor de las tazas de chocolate humeantes que hacen  nuestra vida más dulce de lo que en realidad pensamos que es.

Puesto que todos los paréntesis tienen su final, al llegar el día 6 de enero, nos tenemos que enfrentar a la idea de volver a los estudios, trabajo y demás ocupaciones. Y todo lo difuminado, adquiere un color intenso y vuelve a nuestras vidas con más fuerza que nunca. Mi consejo es que este año cuando llegue el día 6 y tengamos aún el papel de nuestros regalos en casa, salgamos a merendar esos tradicionales churros con chocolate y nos digamos a nosotros mismos que sí, este año va a ser diferente. Y lo mejor de todo, nos lo creeremos y volveremos a nuestra vida con una fuerza renovada.

Así que sí, este año con esa idea tan fuerte en mente, disfrutemos de esos adornos navideños y de la ilusión de regalar a nuestros seres queridos. Y sobre todo, contagiémonos de ese maravilloso espíritu navideño. A todos los escépticos sobre la navidad habría que sugerirles que, si hay un mes en el año en el que, por cualquier circunstancia, haga que todos nosotros tengamos muchas más ganas de estar con los demás, que aflore nuestra solidaridad con aquellos que más lo necesitan y sobre todo, que avive nuestro afán por demostrar que en realidad somos buenas personas y que el mundo no es tan malo como lo pintan, bien merece la pena celebrarlo.

Y bajo este fuerte y contagioso sentimiento, tan sólo me queda desearles a todos unas felices fiestas y un próspero año 2011. Y que sean, si cabe, aún más dichosos que el anterior.

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