– No puedo decir eso en público y de esa forma… quedaré como un auténtico gilipollas delante de todo el país. Mi credibilidad está ya bajo mínimos. Me echarán a patadas… – Una mueca de exasperación se dibujó en su cara tras exhalar la última bocanada de humo. El puro, entre sus dedos índice y pulgar, dibujaba círculos temerarios sobre el sofá de cuero, como un apéndice olvidado en su mano temblorosa.

 – Sabes que ese no es nuestro principal problema. En cualquier caso, nadie te va a echar, al menos hasta las próximas elecciones.- El arco de su espalda desaparecía cuando hablaba. Todo su cuerpo se alineaba hasta conformar un prodigio de verticalidad sin aristas ni dobleces. Al igual que su discurso, tantas veces pronunciado con la misma seguridad y rudeza. – Nuestra tarea aquí no es conseguir que la gente te admire, sino que se olviden de ti.

-Ya, ya lo sé, lo habéis repetido hasta la saciedad. Pero me inquieta hasta qué punto podrán soportar más mentiras y enredos. Antes era muy fácil pasar desapercibido, cuando todo iba bien, pero ahora todas las miradas se dirigen a nosotros, pidiéndonos explicaciones. Como si nosotros pudiésemos dar alguna respuesta. – Se recostó en el sofá, intranquilo. El puro aún en su mano izquierda, ahora inerte, como sin fuerzas para recorrer el camino hacia su boca. Unos residuos de ceniza cayeron en la alfombra.

– Las únicas respuestas que tenéis que dar son aquellas que quieren escuchar. Siempre ha sido así, y ahora no es diferente, aunque la situación sea más compleja y el ruido más elevado. Dejad que ellos hablen, que discutan, que se peleen, que se odien mutuamente. Que exista, al fin y al cabo, eso que llaman ciudadanía crítica, para canalizar la insatisfacción crónica de sus vidas contra vosotros. De cualquier forma, no os afecta, es un simple lamento recitado tantas veces que pierde su sentido.

-Pero, ¿y las manifestaciones? ¿y los movimientos sociales? Se están uniendo cada vez en grupos más numerosos. ¿Y si llega un momento en el que no tienen nada que perder?

– Siempre hay algo que perder, aunque sea la vana esperanza de vivir mejor. Esa gente nunca dejará de soñar con una casa de película, un coche deslumbrante y suficiente dinero como para sepultar su natural complejo de inferioridad. Eso es el ser humano, huesos y sueños. ¿Crees que van a echar abajo un sistema que les promete todo eso? ¿Crees que la gente quiere trabajar toda su vida a cambio de democracia, participación y justicia? No tienen ni idea qué significa todo eso y en el fondo saben que se vive mejor así, votando cada cuatro años y quejándose en el bar de lo deprimente que son sus vidas a causa de la ineptitud de quienes los gobiernan. Ese es vuestro último fin, ser los chivos expiatorios de una sociedad incapaz de tomar sus propias decisiones. – Las últimas frases las pronunció con un atisbo de pasión en su mirada, pero su cuerpo continuaba tan envarado como siempre. Llevaba más de veinte años esgrimiendo unos argumentos que había terminado por adoptar a modo de dogma personal. Creía en ellos de forma ortodoxa y bajo ninguna instancia se habría permitido claudicar en su empeño de dirigir el mundo conforme a ellos.

– Está bien, lo haré. Tampoco tengo otra salida mejor. – Se levantó del sofá impulsándose pesadamente con sus brazos después de dejar el puro en el cenicero y estrechó la mano del hombre que lo había persuadido de continuar con el espectáculo. Unas horas más tarde, pronunció su discurso prefabricado ante una sola cámara de video. Sin embargo, su imagen apareció en los televisores, ordenadores y aparatos móviles de buena parte del país. Lo que dijo, no tenía mayor importancia. Palabras vacías de un hombre vacío.

Las reacciones fueron unívocas: indignación mezclada con resignación. Una sensación de hartazgo que disipaba toda voluntad. Las conversaciones sobre el tema en el bar, en el lugar del trabajo, en el hogar fueron remitiendo al día siguiente: otro personaje público había realizado nuevas declaraciones polémicas. Y de este modo, el ciudadano, apesadumbrado, se prometió no volver a caer en ese enfermizo círculo de negatividad, en ese espectáculo de guiñoles desvergonzados. A partir de ahora, viviría su vida a su manera, ajeno a todo y a todos, concentrado en la persecución de sus sueños.