Un fantasma recorre Europa… y no es precisamente el que auguró hace casi dos siglos Karl Marx. Ni siquiera es la crisis económica que continúa devastando las posibilidades de crecimiento de la región y desmantelando los servicios públicos conquistados por una ciudadanía que siente día a día el retroceso en décadas de su calidad de vida.

La amenaza es mucho más profunda; hunde sus raíces en los engranajes mismos del sistema, incluso llega a cuestionar la legitimidad de este. Y es que cuando las injusticias que vertebran el funcionamiento de la realidad que nos circundan se desvelan, el paso de la decepción y la pesadumbre hacia la indignación y la rebelión es apenas un frágil discurrir desafiante y, esencialmente, necesario.

Los viejos partidos políticos de las viejas naciones europeas están siendo socavados paulatinamente por nuevos movimientos sociales con una sólida base ideológica y una estructura organizativa exigua que muestran de forma clarividente una hecho incuestionable: la política, tal y como la entendíamos hasta ahora, es un lastre para la ciudadanía en la medida en que es incapaz de ofrecer soluciones por la mera circunstancia de ser parte sustancial del problema.

Un caso paradigmático es el escenario propiciado por las elecciones del pasado domingo en Grecia. Los dos partidos hegemónicos, Nueva Democracia y Pasok, se han precipitado hacia el abismo por una gestión de la crisis emprendida en connivencia con las instituciones europeas que ha hallado un fuerte rechazo entre la ciudadanía griega, la cual ha perdido en apenas dos años entre un 40 y un 50% de su poder adquisitivo. Todo ello ha repercutido en el auge de nuevas formaciones políticas alejadas del establishment que apuestan por una forma diferente de abordar los asuntos públicos de acuerdo a una marcada orientación doctrinaria. El mensaje es inequívoco; ya no hay lugar para los discursos blandos, las promesas incumplidas y la actitud pusilánime de una casta de políticos que desmantelan sin contemplaciones el estado de bienestar por la presión de los mercados.

Otro fenómeno de gran interés es la denominada ‘antipolítica’, que ha comenzado a cosechar importantes resultados electorales en los comicios municipales italianos del pasado fin de semana abanderando una oposición frontal a los partidos políticos en torno a la imagen histriónica del cómico Beppe Grillo. Lo que fue en un primer momento una corriente anecdótica y tratada con cierta complacencia por los medios de comunicación ha devenido en una nueva fuerza política que está minando las bases de la política tradicional. Y no es precisamente, tal y como atribuye el primer ministro italiano Mario Monti, una rareza fruto de la desorientación del electorado italiano, sino más bien lo contrario; una profunda toma de consciencia de la ciudadanía de la estafa mayúscula a la que está siendo sometida que precisa de un cambio de rumbo radical.

Mientras tanto, en España mayo se acerca y el temor a una nueva explosión de indignación en las calles, ahora con más razones aún que el año pasado, crece entre la clase política, la cual reacciona como siempre lo han hecho los regímenes dictatoriales, mediante represión y desinformación. La tarea del 15-M se plantea ardua y plagada de obstáculos ante un gobierno que no dudará en utilizar la fuerza para silenciar lo que es ya hoy un clamor contra la sucesión de injusticias llevadas a cabo contra la soberanía de la nación.

En el resto de Europa el panorama no es mucho más alentador. A medida que las condiciones de las estructuras financieras se recrudezcan, la disconformidad de la población buscará respuestas y soluciones allí donde se ofrezcan. El mayor peligro es que esas soluciones signifiquen un repliegue hacia concepciones neofascistas que condenen definitivamente a Europa, una vez más, a la hecatombe. Es preciso pulsar el botón de Reset, plantearse de nuevo los errores y construir un futuro digno para todos.

www.SevillaActualidad.com