Desde esta columna nos hemos planteado el firme propósito de erigirnos como un espacio de buenas noticias donde el lector descanse del vendaval pesimista espoleado por los grandes medios de comunicación en su inagotable campaña por suscitar la más honda depresión. En esta senda, hoy daremos cuenta del fulgurante nuevo secretario General del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, fruto del trepidante 38º Congreso del Partido celebrado en Sevilla el pasado fin de semana. Y es que, como todo en esta vida, las buenas noticias también dependen de la óptica desde la que se miran, y nadie en su sano juicio dudará que esta es una excepcional buena nueva, al menos para el partido que gobierna.

Las luchas intestinas en el seno de los partidos políticos detentan una exigua consideración entre sus militantes y simpatizantes, temerosos de que el debate, ese sospechoso elemento consustancial de la democracia, suscite la ruptura de la isla de calma y unidad que se esfuerzan en aparentar con total hipocresía. Pero si no hay otra salida, es necesario esbozar la mejor de las sonrisas y que venza el más persuasivo.

La lucha de poder librada por Rubalcaba y Carme Chacón ha carecido de debate alguno, de una mínima confrontación de ideas, de una batalla dialéctica y política enriquecedora para el propio partido. Ambos candidatos se han limitado a recorrer la geografía española reclutando el mayor número posible de delegados al tiempo que enarbolaban al unísono la bandera del cambio, de la renovación y del futuro, sin apenas importar que ambos han pertenecido a la cúpula de la organización durante años sin emprender modificación alguna.

El caso de Rubalcaba es quizás más paradójico. Podríamos decir que es incluso kafkiano. Miembro del PSOE desde antes que existiera Democracia en el país, ha desempeñado cargos públicos desde la primera legislatura de Felipe González, manteniéndose en primera línea a pesar de los escándalos que azotaron al último gabinete de este con motivo del GAL, o los cambios coyunturales en la dirección del partido. Siempre obtuvo la forma de perpetuarse y reinventarse.

Tanto es así que ahora su seña de identidad es el cambio (una palabra gastada ya por su uso político indiscriminado), y su propósito la regeneración del partido del que ha formado parte consustancial los últimos 30 años. El ingenio de los políticos parece ser inagotable.

La cuestión es que Rubalcaba tendrá una nueva oportunidad en las próximas elecciones, justo cuando cumpla los 65 años: suerte que durante el último gobierno del partido socialista incrementara la edad de jubilación hasta los 67 años. Y lo hará de la mano de Elena Valenciano, la responsable de la campaña electoral más nefasta de la historia de la democracia (incluido ese belicoso eslogan de ‘Pelea por lo que quieres’ que parece que nadie entendió) y de la cohorte de incondicionales sin el coraje suficiente de reclamar una auténtica transformación del partido, o quizás con el valor necesario para claudicar en sus principios (si los tienen) en pos de un puesto de trabajo (que no es poco).

En resumen, podríamos aseverar que la elección de Rubalcaba como secretario general del PSOE supone una excelente noticia para sus rivales políticos pues, observando los índices de popularidad y la presencia cada día más caricaturesca del candidato, la travesía socialista por el desierto se augura larga y (esperemos) fructífera.

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