La capacidad de la ciudadanía española para tolerar lo intolerable y además hacerlo con un insólito sentido del humor, es una costumbre arraigada en nuestra cultura que está gozando de una trepidante práctica en los últimos años a tenor de la época de inmoralidad política y económica que nos ha tocado vivir.

Cómo responder si no a ese incierto Apocalipsis que los medios de comunicación se esfuerzan en inculcar en un parloteo insistente y absurdo del que apenas se puede acertar a comprender el diabólico sintagma ‘prima de riesgo’. Quizás la sociedad española sea eminentemente analfabeta y nuestros políticos, confabulados con sus extensiones mediáticas, hayan considerado más apropiado no explicar en qué consiste esa realidad económica para así basar todos los recortes que ya se vislumbran en el horizonte en esa caja de Pandora de la que nadie tiene la menor idea.

O bien la ‘prima de riesgo’ no sea más que una señora de Cádiz emparentada con un tal Paco Riesgo, y el resto es la mayor mentira jamás contada en la historia de la humanidad. Ambas opciones tienen algo de cierto, sin embargo la cuestión es que de poco importa la naturaleza de esa nueva vertiente de la tan manida crisis (término que precisaba ser renovado, pues tras largos años su existencia ya se empezaba a poner en duda). Lo verdaderamente trascendental es que nuestro estatus de estado de bienestar relativamente saludable que nos ha permitido vivir con cierta holgura a pesar del affaire vivido con el euro, parece estar llegando al final de sus días.

Ha llegado la hora de ‘trabajar duro todos juntos como nación’, ese eufemismo político tan cínico que no significa más que ‘los trabajadores deben pagar por los desmanes de sus representantes, banqueros y demás saqueadores de inmaculado esmoquin’. No obstante, la fórmula parece funcionar y todos nos contagiamos de ese espíritu patriota de responsabilidad colectiva aceptando la nueva remesa de atentados contra los derechos de los ciudadanos, especialmente los que conciernen a la educación y a la sanidad.

Todos aceptamos la realidad de que no hay dinero, aunque tan sólo tres años atrás rebosara por todos lados, y nos culpamos a nosotros mismos de las irresponsabilidades a las que el sistema nos empujaba. Mientras tanto, la señora Merkel y su caricaturesco partenaire francés abanderan la refundación de una Europa que desvela sus rasgos autoritarios tradicionales. Los gestos políticos, las ayudas, ese sentimiento europeísta fomentado durante décadas, han desaparecido en cuanto la ‘prima de riesgo’ apareció en el escenario. Ya no es necesaria la Unión, esto es un ‘sálvese quien pueda’ (o más bien un ‘ahí te pudras’) que arrumba con toda las posibilidades de una institución supranacional ficticia que se ha desvelado como una mentira más de dimensiones gigantescas.

Ahora toca ‘apretarse el cinturón’, ‘caminar todos juntos’, ‘mirar por el dinero’, etc., etc. Y todo por una malévola señora de Cádiz.

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