Sevilla, la de la pandereta y las castañuelas, se «paralizó» en la mañana del miércoles —según cuentan los medios— para observar atentamente todo lo que sucedía en torno al Palacio de Dueñas. El cinco de octubre de 2011, fue el día elegido por la duquesa de Alba para celebrar su enlace matrimonial con el funcionario del Estado Alfonso Díez.

Sí, la duquesa de Alba, grande de España y cacique de Andalucía, en la que posee 34.000 hectáreas de terreno robadas del pueblo, ha vuelto a casarse a los 85 años de edad para demostrar que sus caprichos y el dinero lo pueden todo.

Reconozco que me encanta frivolizar y hacer bromas al respecto, pero a veces debemos ser sensatos y llamar a las cosas, por su nombre puesto que la ocasión lo merece. Es una lástima y una total injusticia que se le baile el agua a una persona cuya hipocresía no tiene límites, y que se compadece de la clase media mientras despide trabajadores, al tiempo que cierra fincas para cobrar subvenciones y disfruta de sus múltiples propiedades heredadas a lo largo de la geografía española.

La casa de Alba, la misma que anualmente ingresa irregularmente millones en ayudas de la PAC, estuvo de fiesta—como todos los días—, porque aunque intenten hacernos ver lo contrario, entre esas cuatro paredes se vive ajeno al paro y la crisis mientras los ingresos suman y siguen como en toda casa de la nobleza que se precie.

El eco de las guitarras, el cante y la pantomima se fueron diluyendo y Sevilla volvió a la normalidad, mientras Andalucía con su capital a la cabeza se colocaba un nuevo galón en su solapa; el galón de tonta del bote por darlo todo a cambio de nada.

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