‘La lección’ de Eugène Ionesco, producción del Teatro Español, gran dirección de Joan Maria Gual, grandes interpretaciones de Manel Barceló (profesor), Itziar Miranda (alumna) y Maica Barroso (sirvienta) este pasado fin de semana en el Teatro Central.

Miguel Ybarra Otín. Un placer poder ver representado a Ionesco, autor único y genial, muy difícil además de interpretar por cuanto lo absurdo de sus personajes y porque -dicen- odiaba a los actores y así continuamente les reta, en cada párrafo, ya sea en este texto, en su anterior ‘La cantante calva’ o en cualquiera otro de sus títulos con diálogos imposibles.

Con sus peculiares dramaturgia y humor -el autor franco-rumano defendía que el lenguaje queda lejos del perfecto entendimiento- la obra plantea un drama: el del poder que unas personas ejercen sobre otras. En cualquier ámbito, aunque el texto lo ilustre en una relación profesor-alumna. Ahí el montaje de Gual, por su parte, aporta la pincelada de la sirvienta como el poder que mueve los hilos.

El profesor comienza tímido, tartamudea, pero se torna brutal porque es un personaje mediocre y no explica, no comparte sino que impone. Impone sus conocimientos y sus formas, hunde y niega a esa alumna joven -aquí con un toque de Lolita- cuya ilusión inicial se apaga como también lo hará su vida.

El propio Ionesco ejerció la enseñanza. Y el de la Educación es hoy un sistema, ante todo, de control social. En ‘La lección’, la alumna que no se adapta es al final asesinada. Muy al hilo entiendo reflexiones (léase ‘Educación intercultural. Escuela y minorías étnicas’, de Dolores Juliano) sobre la escuela: su función de legitimar la estructura de clases preexistente: en ella “se entra pobre y se sale tonto” para que así la institución, a través del fracaso escolar, cumpla su papel de legitimar la desigualdad social y empuje a algunos sectores hacia lugares de trabajo menos prestigiosos.

Es este uno de los muchos pensamientos que pueden derivarse de la obra. Porque en Ionesco hay toda una lógica tras el absurdo. Y a ella debe arribar el intérprete, como decía el actor Manel Barceló en el coloquio tras el espectáculo, para interiorizar al personaje y transmitir toda la verdad del texto.

A estos coloquios, por cierto, recomendamos la asistencia: suelen hacerse en el Teatro Central y deparan una media hora de lo más agradable e interesante. Y es que quizás sea verdad que “la aritmética conduce a la filología y la filología al crimen”, pero en el teatro, el espectáculo conduce a la charla y la charla al debate, al debate que niega quien impone.

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