Crítica. Con motivo del estreno de la última aventura de la familia con el apellido más peculiar del mundo del cine, espero sinceramente que los creadores y productores no se embarquen en una cuarta entrega y nos ahorren pasar otro mal trago igual o peor que el vivido con Ahora los Padres son Ellos.

Antonio Sánchez-Marrón. La decepción corría por mis venas mientras transcurría la medida duración de la tercera parte de la franquicia de Los Padres de Ella. No me esperaba que fuera a ser una película mejor que las dos anteriores y tenía mis dudas acerca de si la calidad fílmica iba a ser la adecuada. Pero me negaba a pensar que me fuera a decepcionar una trama con la que me he divertido en un sinfín de ocasiones en estos últimos años cada vez que recuperaba alguna de las dos películas anteriores en DVD.

Sin embargo, mi pronóstico se hacía realidad. Que lo mejor de la película sea el siempre cumplidor Robert De Niro, la más que atractiva Jessica Alba y sus sensuales apariciones en pantalla y las tres secuencias en las que aparece mi adorado Dustin Hoffman es algo alarmante. Y digo bien. Aunque Hoffman aparezca poco en pantalla, el actor tiene ese aura que hace que todo papel que toca se convierta en oro y llegue a salvar lo que parece insalvable.

Su rol en esta película sorprenderá a más de uno, puesto que nos toca muy de cerca en nuestra ciudad de Sevilla y en alguna de sus costumbres. No desvelo más. Pero ver a Dustin chasqueando los dedos o moviéndose al son de cierto baile popular no tiene precio.

Lo demás, sobra. Me sobra el canoso Ben Stiller, el cual parece ya cansado de hacer su papel y repite una y otra vez los gestos que hicieron mundialmente conocido a su personaje, Gaylord Focker (o en español, Gay `Lofollen´, literalmente traducido). Me sobra su señora esposa Blythe Danner, me sobra Teri Polo y me harta Owen Wilson. No entiendo que hace en la película. Si en la primera resultaba gracioso, ahora ya roza el patetismo con su recreación de un gurú de vaya usted a saber qué.

La película no tiene guión alguno y se debate entre una sucesión de evidentes «homenajes» a películas como Tiburón sin saber por donde continuar y perdiéndose en un mar de dudas que ahogan las escasas risas que el espectador puede emitir. Quizás el cambio de director, pasando de Jay Roach a Paul Weitz (creador y primer director de la saga American Pie), el que ha provocado este súbito descenso en la calidad de la última entrega de unas películas divertidas, alegres, frescas y con un humor muy inteligente que ha sido superado por el tiempo, la desgana y una evidente falta de criterio.

La película es previsible, no sorprende, no cala. Hay momentos en que todos los personajes llegan a resultar antipáticos e indeseables. Todos los actores están perdidos. Nadie sabe encontrarse, ni tan siquiera el espectador, al cual sólo le queda volver a casa y poner en su DVD las dos anteriores.

Porque nunca debimos saber que ahora los padres son ellos.

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