Samuel Beckett, ‘Fin de partida’ en el Teatro Central (ayer y hoy sábado) de la mano de José Luis Gómez, Susi Sánchez y la compañía Teatro de la Abadía. Un espectáculo con una magnífica escenografía pero -en opinión de quien esto firma- un ritmo excesivamente lento que se lleva la obra hasta las dos horas.

Miguel Ybarra Otín. Es cuestión de opinión o interpretación, y aquí este espectador da la suya. El texto original de Beckett está repleto de pausas y es criterio del director dictar la duración a éstas: el polaco Krystian Lupa -dirección y escenografía- elige un ritmo lento, muy lento, como en la línea de ‘Esperando a Godot’, donde el tiempo va despacio y nunca pasa nada.

‘Fin de partida’ es triste y nos presenta unas vidas apagadas: Clov confiesa que mira horas a la pared, Hamm está en silla de ruedas y de todo protesta, Nagg y Neil -sus padres- descansan en la basura, el escenario está vacío, las paredes desconchadas y apenas unas ventanas nos permiten ver el exterior, el cielo, la vida fuera de esa habitación magníficamente recreada: suelo y paredes de cemento, aire decadente y una bonita lámpara que cuelga medio inclinada y con la mayoría de las luces fundidas.

Todo entonces compone un marco poco humano, apagado, muerto. Y así, sin vida, planas y monótonas son las interpretaciones de dos clásicos de la escena española, José Luis Gómez (Hamm) y Susi Sánchez (Clov). Especialmente la del primero, en esta obra cuyo texto da esa indicación de monotonía, hecho que quizás casa precisamente con las naturales formas de este actor.

Y así esta representación termina por hacerse larga. El texto es breve y otras veces ha sido llevado a la escena por grandes compañías en una duración de apenas hora y diez. Es la disyuntiva entre una visión más dinámica, vistosa, u otra en la que prima el fondo más Beckett: la transmisión al espectador de ese hartazgo en el fin de la vida.

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