Es una maravilla el ‘Ricardo III’ de Shakespeare que la compañía sevillana Atalaya ha llevado la pasada semana al teatro Lope de Vega. Magnífica es la dirección de Ricardo Iniesta, su cuidado en el recorte del texto y la utilización de la luz para apoyar la dramaturgia durante todo el espectáculo.

Miguel Ybarra Otín. Hemos visto esta temporada en Sevilla diversidad de formas en la puesta en escena de textos clásicos: el ‘Bodas de sangre’ de José Carlos Plaza, centrado en el texto y sobre un escenario desnudo; el ‘María Estuardo’ de Pedro Álvarez-Ossorio, con igual sencillez desde su toque contemporáneo; el gran ‘Fuenteovejuna’ de la compañía Rakatá, que prefirió ambientarlo en la época del original, como también lo hace Ricardo Iniesta en este montaje al que aporta creatividad: con las luces -preciosos negros, sólo iluminado el rostro de los personajes-, con momentos de canción y pinceladas de danza.

El texto (1593) es la primera tragedia de Shakespeare y una de sus obras más representadas, la que también Atalaya ha repetido una y otra vez en los ensayos (hasta 138, dicen, antes de esta semana en el Lope de Vega), hecho que -con grandes actuaciones de todos y cada uno de los actores- denota el pulso perfectamente tomado sobre la escena a esta adaptación.

Engaños, traiciones y asesinatos fueron el camino al trono de Ricardo III de Inglaterra, cuyas ansias de poder, crueldad, locura y frialdad encarna Jerónimo Arenal -con vestuario de Carmen Giles- hasta su muerte en la batalla de Bosworth, donde se convirtió en el último monarca de la casa de York antes de gritar, ya derrotado, “¡Un caballo, mi reino por un caballo!”.

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