El escenario de metacrilato es la principal innovación de La mirada transparente. / Alejandro Espadero

La plaza Virgen de los Reyes está inusualmente concurrida. A los pies de la catedral se dibuja un escenario de metacrilato. Sobre él, cuatro bailarines; bajo él, decenas de personas hechizadas. La mirada transparente, de Producciones Imperdibles, gana el favor del público en esta segunda jornada del Fest 2010, como hiciera con su espectáculo predecesor, Mirando al cielo.

 

Clara Morales. Es aún de día cuando Lucía Vázquez, Cecilia Torres, Iván Amaya y Juan Melchor trazan los primeros pasos sobre la superficie translúcida que les separa del suelo. Fijan su mirada en los ojos atónitos del público, que, recostado en una suerte de tumbonas de playa, les observa desde más allá del suelo con gesto de veraneante. No está acostumbrado a esta cercanía, a este reconocimiento mutuo, ni a esta perspectiva. Ellos tampoco.

Si el uso del espacio es el que lo determina, hoy Producciones Imperdibles ha hecho de una plaza sevillana una sala de teatro. O más que eso. El espacio se multiplica en todas direcciones. El público rodea la escena, se sube a donde puede para crear palcos improvisados, la observa desde arriba y desde abajo. Se hace con ella. La relación entre bailarín y espectador, entre observado y observador, se hace más cálida. El contacto visual es inmediato, no hay oscuros que oculten a un público demasiado acostumbrado a estar ausente.

José Mª Roca, autor de la idea original y de parte de la música que hoy hace vibrar los naranjos de la catedral, sabe que esto funciona. En 2003, Mirando al cielo, la primera obra que introducía este milagroso escenario de metacrilato, se convirtió en el espectáculo español de danza no flamenca que más había girado en el extranjero. Los 12 bailarines que pasaron por el proyecto (entre los que se encontraba un todavía desconocido Paco León) realizaron más de 300 funciones. La mirada transparente recupera no sólo su espacio sino su filosofía: nuevas sensaciones, nuevas formas de danza, nuevos sonidos, nuevos espacios.

El único problema es que esta vez han arriesgado poco. El contemporáneo que fabrican, fusionado con flamenco en una de las cuatro piezas coreográficas que componen la obra, está lejos de ser innovador. Pese a todo, esta danza invasora tiene la virtud de encantar incluso al no iniciado, de pulsar las cuerdas que hacen vibrar a cualquier espectador.

La mirada transparente está más cerca de la experiencia estética que de la exploración de la danza misma (aunque sí de sus formatos). Pero qué importa. A veces basta con esto, estos cuerpos vistos desde abajo, estas siluetas recortadas contra la Giralda mientras el cielo se oscurece tras el metacrilato.

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