Alza Henrik Ibsen (‘Casa de muñecas’, hasta el domingo en el teatro Lope de Vega con la dirección de Amelia Ochandiano) su voz contra leyes sociales represivas interiorizadas, dadas por válidas hasta que alguien grita basta y niega la mayor.

Miguel Ybarra Otín. Nora Helmer (interpretada por Silvia Marsó) es una mujer en principio amoldada a lo que la sociedad espera de ella: sus únicos deberes son para con su marido y sus hijos (estamos en la Noruega del XIX; Ibsen escribe la obra en 1879).

Ella parece feliz con su marido, sus hijos, su casa bonita y su vida cómoda y tranquila. Pero pronto empezamos a descubrir que ante esas normas sociales que anulan a la mujer como persona, Nora -sin alzar la voz- lleva tiempo rebelándose para ayudar a su marido sin que se de cuenta. Él -hombre modélico, recién nombrado director de un banco- se siente mientras tanto naturalmente superior a ella, a su “alondra”, su “ardillita”. Ardillita que, para no tachar el honor de su marido, se ve obligada a ocultar ciertas realidades.

Someterse a rígidas normas sociales -artificiales, aprendidas- sobre lo que el hombre y la mujer deben y no deben hacer o incluso pensar encorseta a las personas, coarta su libertad. Nos lleva al miedo, al rechazo y la represión de pensamientos y sentimientos naturales y a la adopción de otros sentimientos -a veces artificiales- como el de culpa. Así, Nora nunca podría revelar que había pedido un préstamo (falsificando la firma de su padre, pues ella sola como mujer no podía) aunque ese dinero fuera el que permitió un viaje para salvar la salud de su marido (¿dónde quedaría el honor de éste?).

Ante tal mundo de leyes y normas impuestas sobre lo bueno y malo, la verdadera comunicación no es posible. Puede dolerle a uno comunicarse y ser sincero consigo mismo, pensar diferente; y la reprobación social o del de enfrente puede asustarle también a uno a hacer a otros partícipes de su verdad. Nora y Torvald -así se llama él- no se han sentado nunca juntos a tratar y debatir temas importantes.

Ante tal falta de comunicación, el matrimonio resulta ser al final como entre dos desconocidos. Cuando al final se hace la verdad y Nora pierde su careta se hace fuerte: su decisión es radical, será fiel a sí misma: “¡La sociedad o yo!”.

Grande Silvia Marsó en la interpretación. Igualmente bien Roberto Álvarez (Torvald), Pedro Miguel Martínez (Dr. Rank), Francesc Albiol (Krogstad) y Mamen Godoy (Elena, la doncella). Un poco falta de pasión, a ojos de quien escribe, la interpretación de Ana Gracia en el papel de Cristina, la señora Linde. Francesc Albiol y Mamen Godoy repiten cartel con la directora: juntos pisaron este mismo escenario hace dos meses con ‘El caso de la mujer asesinadita’ (Miguel Mihura), otra historia que parte de un matrimonio sin alma.

Magnífico el decorado de la ‘Casa de muñecas‘ con una pared de tela semi transparente que permite ver quién sale o entra desde la calle. Permite también la no-entrada de niños pequeños en escena, resulta con las siluetas y unas voces grabadas con audio mejorable. Pero un detalle al fin y al cabo dentro de una obra de aplauso que invita a la reflexión. Y precisamente después de ver en el Teatro Central ‘Bodas de sangre’, la trágica visión de Lorca sobre el mismo papel de la mujer, en la sociedad española, medio siglo después de Ibsen.

Celebramos ahora la vuelta de Amelia Ochandiano al Lope de Vega: sesiones de la obra esta noche, mañana sábado y el domingo.

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