Random dance: danza al azar, he aquí el punto de partida de este comentario. La compañía de Wayne McGregor trajo el sábado al Teatro Central de Sevilla su obra ‘Entity’ (‘Entidad’), ovacionada ya antes en Europa.

Miguel Ybarra Otín. La danza contemporánea rechaza las estructuras narrativas tradicionales y las secuencias lógicas. Niega los conceptos convencionales de espacio, tiempo y acción. No presenta forma ni estructura, sino sólo el contraste, la coexistencia de estímulos heterogéneos. Danza al azar, Random dance.

Manifiesta el británico McGregor: “Un coreógrafo es alguien que está comprometido con el pensamiento físico. Alguien que se dedica a la tecnología del cuerpo, a sus conceptos y filosofías”. Y en esa línea sabemos que ‘Entity’ nace de la reflexión sobre qué pasa en el cerebro mientras el cuerpo se mueve. Pero lo sabemos por sus explicaciones verbales.

En esta obra juega con proyecciones matemáticas sobre tres pantallas que se suben y bajan según avanza el espectáculo; luces que proyectan líneas -como estructuras- en el suelo; sombras de los bailarines que se engrandecen en las pantallas; y música de distintos ritmos y registros que cogen de la mano a los intérpretes hacia un mayor o menor frenetismo, siempre en un gran despliegue físico y de talento.

Pero el buen hacer de los bailarines es algo que ya se le presupone a una compañía como Random dance. El montaje que lo envuelve -las luces, las proyecciones, la tecnología de la que tanto hace gala y tanto se le aplaude- no aportan ese algo más que también se presuponía. La filosofía y el discurso que puedan haber detrás se diluyen.

Es de aplauso la coreografía, el dominio del espacio, el talento de los danzantes. Sin llegar en cualquier caso -a ojos de quien escribe- a la excelencia. Y así, tras la larga ovación que el público brindó a la obra, uno se pregunta (y a continuación cito a Gombrowicz y Kundera) cuánta parte del aplauso obedece a que la obra se aplaudiera antes en Venecia (por ejemplo) y qué parte -a su vez- del aplauso veneciano se debía precisa y meramente a que la firma era de Wayne McGregor.

“Cuando el pianista aporrea a Chopin sobre el estrado, decís: el encanto de la música de Chopin en la congenial interpretación del Gran Pianista arrastró y encantó a los Oyentes. Mas posiblemente y en realidad casi ninguno de los oyentes quedó encantado. Es posible que si ellos no hubiesen sido enterados de que Chopin era un gran Genio y aquel pianista un Gran Pianista, habrían recibido la cosa con menos encanto” (Witold Gombrowicz, en ‘Ferdydurke’).

“Imaginemos a un compositor contemporáneo que hubiera escrito una sonata que, por su forma (…) se pareciera a las de Beethoven. Imaginemos incluso que esta sonata haya sido tan magistralmente compuesta que, si hubiera sido realmente de Beethoven habría figurado entre sus obras maestras. Sin embargo, por magnífica que fuera, al firmarla un compositor contemporáneo daría risa (…). ¡Cómo! ¿Sentimos un placer estético al escuchar una sonata de Beethoven y no lo sentimos con otra del mismo estilo y con el mismo encanto si la firma un contemporáneo nuestro? ¿Acaso no es el colmo de la hipocresía? La sensación de belleza ¿es, pues, cerebral, está condicionada por el conocimiento de una fecha?, ¿no es espontánea, dictada por nuestra sensibilidad?” (Milan Kundera, en ‘El telón’).

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